Cuenta
la leyenda que estaba en una ocasión un mayoral cuidando de los toros de una
prestigiosa ganadería en el Campo Charro. Sus atenciones le habían conferido
una merecedora fama, criando a los animales que más juego ofrecían en el coso
taurino para deleite de los aficionados. Cada día los mimaba con mucha
atención, evitando cualquier imprevisto que pudiera dar al traste con la futura
lidia. Sin embargo, una mañana de primavera uno de los astados se alejó de la
manada. El mayoral, extrañado, lo siguió.
El
animal se detuvo junto a unas rocas y comenzó a escarbar con el hocico. Al
principio con timidez, pero según fueron transcurriendo los minutos mayor era
el empeño y fiereza del toro hacia el terreno. El mayoral, temeroso de que el
astado pudiera dañarse los pitones, se tornó prestó a retirarlo del lugar. Lo
agarró del rabo, le arrojó varias piedras a las patas e incluso intentó llamar
su atención con un capote. Pero nada. Imposible. El toro continuaba empecinado
escarbando entre las rocas.
Tal
era la insistencia del toro, que el mayoral se acercó a ver qué era lo que con
tanto ahínco escarbaba. Según avanzaba percibía algo de color azul. ¿Qué podría
ser? Y la duda se despejó al comprobar cómo entre la tierra asomaba la corona y
la cabeza de la imagen de una Virgen. Ayudó al animal y consiguió dejar al
descubierto la talla por completo. La tomó en brazos, la envolvió en un paño y
decidió regresar al pueblo para mostrar la Virgen a sus vecinos. El animal
regresó con la manada y el mayoral cabalgó hasta Buenamadre.
Las
autoridades interpretaron el hallazgo como un augurio de buena suerte y
designio divino, por lo que decidieron construir una ermita en honor de la
Virgen de los Remedios en el lugar donde fue encontrada. Y en homenaje al toro
que lo propició, al concluir la Semana Santa se realizaba un festejo taurino en
una primitiva plaza de piedra que también se levantó en los alrededores del templo.
Con el paso de los siglos la imagen fue ganando en devoción y seguidores debido
a las acciones milagrosas que propiciaba. Así, cada Lunes de Aguas tiene lugar
una multitudinaria romería. Para proteger la talla románica, que permanece todo
el año en la ermita, ese día sale en procesión otra imagen más moderna,
mientras la tradición popular recuerda a la imagen original.
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