Era
el año 1063 cuando en la ciudad de Sevilla nacía una princesa, a la que
pusieron el nombre de Zaida. Como en los cuentos de hadas, aquella niña era lo
más hermosa que nadie hubiera visto jamás. Era hija del rey omeya de la taifa
de Sevilla, Al-Mutamin, y de la reina Rumaykiya, ambos muy aficionados a las
bellas artes, razón por la cual aquella niña recibió una cuidada educación y
creció en el aprendizaje del canto y la danza, así como en la poesía.
Aquella
princesa se convirtió en una jóven bella y hermosa, a la vez que muy culta, y
en la corte andalusí pronto sobresalió por sus cualidades, tanto que pronto su
belleza fue conocida más allá de Al-Andalus, llegando a oídos de Alfonso VI.
Este era un rey con un gran poder, pero necesitaba consolidar su reinado, y la
falta de un heredero era un motivo de preocupación para la corte castellana.
Mientras,
se iniciaba un difícil periodo de revueltas y enfrentamientos, no solo entre
cristianos y árabes, sino entre estos también. Al Aldalus estaba dividida en
taifas, con constantes enfrentamientos entre ellas, lo que beneficiaba a los
cristianos. Este enfrentamiento entre las taifas fue aprovechado por Alfonso VI
para conquistar Toledo en el año 1085, un duro golpe para Al Andalus.
La
conquista de Toledo parecía augurar el fin de la presencia árabe en la
Península Ibérica. Pero, en realidad, produjo un efecto indeseado. Los emires
de las taifas, empezando por el propio Al Mutamin, solicitan ayuda al otro
lado del estrecho y, en el año 1086, penetra Yusuf acompañada de un gran
ejército almorávide, formado por una especie de monjes-soldado musulmanes
procedentes del noroeste de África y dispuestos a la yihad. Yusuf y su
ejército, junto a tropas de las taifas, derrotan a Alfonso VI en Sagrajas,
cerca de Badajoz, siendo herido el rey cristiano en el muslo, aunque pudo huir
con la mayor parte de sus soldados a Toledo.
Tras
la derrota cristiana, Yusuf quiere acabar con la división y la corrupción moral
de los reinos de taifas, ya que sus reyes apenas cumplían los preceptos del
Islam, y su división beneficiaba a los cristianos. Así, va conquistando todas
las taifas: Córdoba, Sevilla, Málaga, etc. y expulsando a sus emires.
Amenazado
por Yusuf, Al Mutamin solicita ayuda a Alfonso VI. Envía para ello a su propia
hija, la princesa Zaida, que se ofrece en matrimonio a cambio de su ayuda,
aportando como dote la entrega de plazas tan importantes como Cuenca, Alarcón,
Uclés y otras, por aquel entonces bajo dominio musulmán. Alfonso VI envía ayuda
a Sevilla, pero llega tarde. Al Mutamin no ha podido resistir el asedio de
Yusuf. El emir es enviado al exilio.
Mientras,
en Toledo, el rey, que por aquel entonces contaba 51 años, aún conservaba su
gallardía y apostura y con deseo de tener aún un hijo que heredara su
corona. Estaba casado con Inés de Aquitania, una mujer muy enferma y
consideraba que la aparición ante él de aquella hermosa mujer era como una
enviada de Dios para hacer renacer en él la llama del amor. Tenía muchas
amantes en la corte, pero ninguna comparada con aquella mujer. Pero tenía que
ser precavido. Aquella relación con la princesa infiel no sería bien vista por
la iglesia católica. El rey podía tener cuantas amantes quisiera, pero
cristianas. Así, iniciaron una profunda relación amorosa. Buscó un lugar
discreto, apartado y lo suficientemente lejos de la corte de Toledo. Lo
encontró en el castillo de La Adrada, en Ávila, un castillo construido sobre
otro más antiguo de origen romano, levantado sobre un antiguo castro celtíbero
anterior.
Aquellas
relaciones tuvieron lugar entre 1093 y 1094 y su primer futo de ellos fue un
niño: Sancho Alfonsez. El rey, que tras cinco matrimonios y dos amantes, además
una posible relación incestuosa con su hermana, sin hijo varón alguno, tenía
por fin uno. En ese momento se encontraba con Berta de Constanza, pero esta
fallece en el año 1099 y Alfonso VI considera necesario contraer matrimonio con
Zaida porque quería reconocer a Sancho como su heredero llamado a gobernar
Castilla, León, Galicia con Portugal y el resto de condados. Aquel niño
destacaba por su piel oscura, una mezcla típica de un matrimonio entre dos
razas.
Zaida
se convirtió al cristianismo, siendo bautizada en Burgos, y se casó con
Alfonso, adoptando el nombre de Isabel. La cristianización de Zaida era un acto
indispensable para superar la oposición de la iglesia cristiana, que
consideraban esta unión como lícita y prohibida. Convertida en reina cristiana,
mantuvo sus costumbres árabes. Llevó a Toledo a sabios y maestros musulmanes
que difundieron la cultura y la lengua árabe en la corte y en la ciudad de
Toledo.
Zaida,
con apenas 40 años, no soportó el parto de su hija Sancha y murió en el parto.
Su muerte provocó un fuerte dolor en Alfonso, por aquel entonces de edad
avanzada. Poco tiempo después, su hijo Sancho muere en la batalla de
Uclés el 30 de mayo de 1108. El futuro rey Sancho III era en ese momento un
príncipe mestizo nacido de una relación que seguía sin ser aceptada por la
corte castellana, que no estaba dispuesta a aceptar un rey en cuyas venas
corría sangre musulmana. Así, su muerte pudo deberse a una conspiración. Aquel
aún niño, con 14 años según algunos, o con 10 años, según otros, y que apenas
sabía montar, fue enviado a la guerra contra los almorávides sin preparación y
sin motivo justificado. Las crónicas nos ofrecen diversas versiones sobre su
muerte. Para Rodrigo Jiménez de Rada, en su obra De rerum hispaniae,
murió en el campo de batalla, mientras la Primera Crónica General de España de
Alfonso X, murió cuando escapaba de la batalla. Según la crónica árabe Nazm
al-Yuman, murió, después de la batalla, al pretender refugiarse en el castillo
de Belinchón de Cuenca. Su muerte supuso un duro golpe para su padre, pero un
alivio para la Corte castellana.
En
efecto, el 1 de julio de 10109, moría en Toledo Alfonso VI. Su muerte era
aprovechada por la corte castellana para cambiar la historia. Aunque había
permitido en su momento su matrimonio con Zaida, no lo había aceptado. A
partir de ese momento se calumnió la imagen y figura de Zaida, a la que se la
presentó como una amante más de Alfonso VI, ocultando su condición de esposa y,
por lo tanto, de reina de Castilla. Y no solo eso, también se anuló su nombre
castellano de Isabel, un hecho importante pues, como reina, le correspondía el
de Isabel I, permitiendo que posteriormente fuera llamada así Isabel de
Trastámara, la Catolica. Incluso su origen fue cambiado. Para negarle su origen
real, se escribieron crónicas asegurando que Zaida no era hija de Al Mutamin,
sino esposa de su hijo, Al Mamun, emir de Córdoba, es decir, hija política de
Al Mutamin. Según estas mismas crónicas, sería Al Mamum quien, viendo la
amenaza de Yusuf, envió a su esposa Yaiza al castillo de Almodovar para ponerla
a salvo y solicitaría ayuda al rey cristiano. Este envía a su ejército al mando
de Alvar Fañez, quien conseguirá llevar a Zaida a Toledo. El emirato de Córdoba
cae en manos de los almorávides y Al Mamun es vencido muriendo en la batalla.
Igualmente, Sancho Alfonsez fue deslegitimado como heredero, siendo nombrada
heredera la hija mayor de Alfonso VI, Urraca.
Aquella
sociedad no había admitido la unión entre dos culturas, dos mundos: el
cristiano y el musulmán. Solo se atendió el deseo de Alfonso VI de que su
esposa descansara junto a él y sus hijos: el Monasterio de San Benito de Sahagún.
Hoy se desconoce lo que hay de leyenda y lo que corresponde con la realidad en
cuanto a la relación entre Alfonso VI y Zaida. Según la crónica De
rebus Hispaniae, del arzobispo de Toledo, Rodrigo Jiménez de Rada,
Zaida fue esposa de Alfonso VI. Por el contrario, la Crónica Najerense y
el Chonicón mundi señalan a Zaida como amante del rey.
Otras investigaciones posteriores demuestran que en el año 1100 ambos
contrajeron matrimonio y Sancho Alfonsez fue legitimado como príncipe heredero
de Castilla. Zaida sería, por lo tanto, la cuarta esposa del rey y bautizada
con el nombre de Isabel. Pero la historia no reconocerá a Zaida como reina
castellana y la degradará al papel de simple amante. Solo quedará la leyenda
del encuentro entre dos culturas y de cómo la historia pudo haber sido muy
distinta a partir de entonces.
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