Salamanca
atesora una pintoresca historia, con ciertas semejanzas –aunque con sentido
menos aventurero– al protagonizado en el fart west americano
que inspiró a Marcial Lafuente Estefania en sus celebradas novelas del Oeste.
Se
trata de la particular revolución que vivió esta provincia cuando se convirtió
en la principal productora de wolframio de España, en el tiempo que alcanzó un
altísimo precio en los mercados internacionales por su demanda para construir
material bélico con la llegada de la II Guerra Mundial.
A
diferencia de la conquista del oeste americano, el episodio charro del
wolframio apenas tuvo relieve literario, a pesar de contar con los ingredientes
que se necesita para que alguien hubiera llevado a las librerías un best
seller. De esa época, únicamente Martín Vigil se hizo eco de ello en su
fantástica novela Tierra Brava. Pero si Pérez Reverte o Julio
Llamazares conocen ese submundo bordarían una obra para el recuerdo. Porque
esas explotaciones tuvieron el misterio de un mundo desconocido donde el azahar
guiaba el reloj de la existencia ante la intriga en la búsqueda del deseado
filón que solucionaría la vida, también el acecho de la muerte que sorprendía
en las voladuras o en los numerosos peligros que se debían sortear en la mina.
Y sobre todo la aventura de las semanas que comenzaban llenas de interrogantes
y finalizaban, casi siempre, en medio de la jarana.
Por
eso, ahora, que volverá a abrirse de manera inmediata la explotación de
Barruecopardo, el columnista rebobina la historia que escuchó a los viejos
mineros que trabajaron en esos filones cuando acudió a hacer reportajes. O
también le brota en su recuerdo alguna de las muchas leyendas que circula en la
ciudad de las noches de farra, cuando los mineros venían a divertirse con los
bolsillos llenos de dinero.
Todo
ocurría en las décadas posteriores a la Guerra Civil. Entonces, la Salamanca
enlutada de la época vivía con el miedo metido en las entrañas, sumida en el
llanto de la recién finalizada guerra. Era justo cuando miles de infelices
presos republicanos horadaban las entrañas de Cuelgamuros, en la sierra de
Guadarrama, para levantar la basílica soterrada debajo de la gigantesca cruz de
granito que es otro símbolo del dolor.
En
aquel escenario varios pueblos estaban inmersos en Eldorado que generaba el
wolframio. Era el caso de Navasfrías, en pulso con el contrabando; Los Santos,
que hace unos años volvió a recuperar sus explotaciones y, sobre todo, el
mencionado Barruecopardo con sus minas La Petrolífera, La Comercial…
en las que cientos de trabajadores extraían el cotizadísimo mineral que
convirtió a ese lugar en un particular paraíso económico de los tiempos del
hambre.
Entonces,
gracias a los mineros que llegaban desde el pueblo de Barruecoparado, inmerso
en la fiebre del wolframio, el histórico barrio chino de Salamanca vivió su
época de mayor esplendor a la par que las más populares ‘madames’ administraban
los dineros de esa gente, como la famosa Margot, la Peque, la Petra o una
jovencísima ‘entreverada’ de mora y gitana que se llama Dolores Campos y
después, con el nombre de La Mara, fue la reina de ese santuario del
desenfreno.
Pronto
volverá el wolframio a Barruecopardo, con la diferencia de que la extracción
será para hacer filamentos de bombillas –lo que encenderá la luz económica en
ese rincón charro–, a diferencia de antes, cuando se utilizaba para construir
armas. También las modas de los mineros serán otras y ya no les hará falta ser
destajistas, ni volverán a protagonizar las noches de farra en el Barrio Chino.
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