Los aldeanos veneraban una Virgen situada en la
capilla de la fortaleza. Un día que vecinos y caballeros templarios estaban
oyendo misa, acertó a entrar en la iglesia una cierva extraviada que entró por
una puerta y salió por otra tan campante. Asombrados, todos los asistentes
salieron corriendo detrás de ella, incluso el propio sacerdote que oficiaba la
Misa.
Este gesto tan poco cristiano sentó tan mal a la
Virgen que condenó a los lugareños a vivir errantes durante tres
generaciones. Y para obligarles a abandonar el lugar, volvió las aguas
insalubres y los aldeanos empezaron a morir, empezando por el sacerdote que
dejó la misa a medio concluir. Los supervivientes abandonaron el lugar
avergonzados por su conducta y perseguidos por la maldición del Cielo, puesto
que la cierva era una bruja transfigurada. La leyenda afirma que el alma
del mal sacerdote templario continua vagando por aquellos riscos esperando que
algún otro termine la misa que dejó inacabada.
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