A
finales del siglo XIX, las minas de plata de Hiendelancina y
la fábricaLa Constante (a
40 kms)estaban en su máximo esplendor mientras España y Tamajón
afrontaban (otra vez)su decadencia. Proliferaron los talleres de
falsificación de moneda, especialmente de los duros de plata (los
llamados duros sevillanos) que daban grandes beneficios. Tres
vecinos, con acceso a la fábrica de vidrio, a la plata y a la metalurgia
decidieron dedicarse a este negocio.
Al
principio compraban la plata y, con los troqueles adecuados, fabricaban duros
de plata pura (al 100%), de excelente calidad y perfección. El
beneficio por unidad apenas llegaba a las 2 pesetas por duro, y eso sin contar
la mano de obra. Por ello decidieron comprar el mineral (que se perdía
en las minas) para obtener ellos mismo el metal y bajaron la
proporción de plata (hay quien dice que los hicieron de plomo con una
capa de plata). La rentabilidad subió, pero aumentaron los riesgos.
Los
propietarios de las minas, preocupados por la pérdida de mineral, lo
investigaron. Por otro lado, la
pureza y “calidad” de los duros (apenas presentaban
desgaste por el uso) despertaron las sospechas de las autoridades, que
descubrieron a los falsificadores. Dos de ellos acabaron en la cárcel; el
tercero se libró porque en esos tiempos era el juez de paz. Este fue el final de la
fábrica de vidrio.
No hay comentarios:
Publicar un comentario