A mediados del siglo XVI vivía en la calle
mesones de Talavera de la Reina, España una hermosa mujer llamada Isabel. Su
marido era un intrépido marinero que había llegado a navegar por los siete
mares.
Isabel, era una mujer amante de su casa y de su marido, aunque tenían un problema, que disgustaba grandemente a ambos: Isabel no se quedaba nunca embarazada. Una primavera, las naves españolas iban a partir desde el puerto de Cádiz en una travesía que les iba a llevar durante varios meses a recorrer las costas de América Central.
Durante este periplo, Isabel, quien era una mujer muy hermosa, cuidaba de la casa y de unas tierras que tenía en la localidad de Belvís de la Jara.
Isabel además de bella, era una mujer muy limpia para su tiempo. No hay que olvidar que bañarse diariamente era considerado por los españoles de aquella época como un signo de judíos. De todas maneras Isabel llenaba una tinaja con agua del pozo del patio y luego se sumergía en ella durante horas. Esto le relajaba mucho y le hacía olvidar la pena de tener a su esposo en tierras tan lejanas.
Isabel cometió el error una tarde de verano, de dejar la ventana, de su cuarto abierta para que entrara la fresca brisa del Tajo, olvidando que desde la ventana vecina alguien podría verla. Efectivamente, una anciana inmiscusora, cada tarde la veía bañarse en su tinaja. Esto le valió a Isabel una denuncia ante el tribunal de la Santa Inquisición. Aunque como nada pudo ser probado, Isabel fue dejada en libertad.
Dos años más tarde cuando su marido regresó de la isla de la española, le trajo a Isabel muchos regalos: la resina seca de un árbol que se masticaba sin tragar, varios abalorios de cuero y conchas comprado a los indígenas y una especie de hojas grandes, enrolladas, cuya punta, los indios quemaban y por el otro extremo chupaban el humo con gran placer. Sin saberlo Isabel estaba probando uno de losprimeros puros que llegaron a España.
Cuando su marido en primavera volvió a enrolarse en otro navío conquistador. Isabel, volvió a cometer el error de dejar la ventana abierta. Esta vez, la anciana cotilla, avisó al cura de la parroquia cercana de Santiago y ambos espías ante su estupor, no solo vieron a Isabel bañarse en su tinaja, sino que esta soltaba bocanadas de humo por la boca mientras chupaba un extraño instrumento semejante a un falo.
Esta vez la denuncia tuvo una sentencia inculpatoria. Isabel fue condenada a muerte y quemada en la plaza de la Cruz Verde por bruja.
Cuando su marido regresó a Talavera y entró en su casa, encontró la tinaja aún repleta de agua y sobre la superficie habían nacido nenúfares.
El hombre quien tantas veces se había salvado de estragos en la mar, del acoso de los piratas ingleses y las racias de los indígenas corrió hacia el río y gritando el nombre de Isabel se tiró y nunca se supo más de él.
Aún hoy, dicen… si se cruza el puente romano justo a la hora en la que Isabel fue quemada (las dos de la madrugada) y uno se asoma al río, puede ver el rostro de la mujer y escuchar sus espeluznantes gritos cuando las llamas comenzaron a consumirla.
Isabel, era una mujer amante de su casa y de su marido, aunque tenían un problema, que disgustaba grandemente a ambos: Isabel no se quedaba nunca embarazada. Una primavera, las naves españolas iban a partir desde el puerto de Cádiz en una travesía que les iba a llevar durante varios meses a recorrer las costas de América Central.
Durante este periplo, Isabel, quien era una mujer muy hermosa, cuidaba de la casa y de unas tierras que tenía en la localidad de Belvís de la Jara.
Isabel además de bella, era una mujer muy limpia para su tiempo. No hay que olvidar que bañarse diariamente era considerado por los españoles de aquella época como un signo de judíos. De todas maneras Isabel llenaba una tinaja con agua del pozo del patio y luego se sumergía en ella durante horas. Esto le relajaba mucho y le hacía olvidar la pena de tener a su esposo en tierras tan lejanas.
Isabel cometió el error una tarde de verano, de dejar la ventana, de su cuarto abierta para que entrara la fresca brisa del Tajo, olvidando que desde la ventana vecina alguien podría verla. Efectivamente, una anciana inmiscusora, cada tarde la veía bañarse en su tinaja. Esto le valió a Isabel una denuncia ante el tribunal de la Santa Inquisición. Aunque como nada pudo ser probado, Isabel fue dejada en libertad.
Dos años más tarde cuando su marido regresó de la isla de la española, le trajo a Isabel muchos regalos: la resina seca de un árbol que se masticaba sin tragar, varios abalorios de cuero y conchas comprado a los indígenas y una especie de hojas grandes, enrolladas, cuya punta, los indios quemaban y por el otro extremo chupaban el humo con gran placer. Sin saberlo Isabel estaba probando uno de losprimeros puros que llegaron a España.
Cuando su marido en primavera volvió a enrolarse en otro navío conquistador. Isabel, volvió a cometer el error de dejar la ventana abierta. Esta vez, la anciana cotilla, avisó al cura de la parroquia cercana de Santiago y ambos espías ante su estupor, no solo vieron a Isabel bañarse en su tinaja, sino que esta soltaba bocanadas de humo por la boca mientras chupaba un extraño instrumento semejante a un falo.
Esta vez la denuncia tuvo una sentencia inculpatoria. Isabel fue condenada a muerte y quemada en la plaza de la Cruz Verde por bruja.
Cuando su marido regresó a Talavera y entró en su casa, encontró la tinaja aún repleta de agua y sobre la superficie habían nacido nenúfares.
El hombre quien tantas veces se había salvado de estragos en la mar, del acoso de los piratas ingleses y las racias de los indígenas corrió hacia el río y gritando el nombre de Isabel se tiró y nunca se supo más de él.
Aún hoy, dicen… si se cruza el puente romano justo a la hora en la que Isabel fue quemada (las dos de la madrugada) y uno se asoma al río, puede ver el rostro de la mujer y escuchar sus espeluznantes gritos cuando las llamas comenzaron a consumirla.
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