Cuenta
la leyenda que una noche, Don Diego de Ayala iba de camino hacia la plaza de
San Justo para encontrarse con su enamorada Doña Isabel, vecina de ese lugar.
Don diego cuando llega a la plaza y, como buen cristiano, hizo una breve
oración al Cristo de la Misericordia que se encontraba en la fachada del
templo. Justo en ese momento, empezó a escuchar unas voces de una mujer que
parecía estar en peligro y que provenían de uno de los callejones aledaños a la
iglesia. Raudo, salió en busca de esa dama.
Cuando
don Diego se metió por uno de los callejones cercanos, pudo contemplar una
dama, que estaba siendo atacada por varios caballeros. Para su sorpresa, esa
dama era Doña Isabel, su enamorada, y los que la atacaban, los Silva, enemigos
acérrimos de su familia. No tenía más remedio, aunque sabía que poco iba a
poder hacer, tenía que salvar a su amada de manos de esos malvados.
Enfrentándose
a ellos y herido, consigue arrebatarles a la mujer, pero no llegaron lejos:
quedaron rodeados en la esquina de la Iglesia, debajo del Cristo de la
Misericordia al que antes le había dedicado una oración. Dándose ya por
muertos, pidió al Cristo que, si tenía que morir alguien, que fuera él, ya que
su amada no tenía culpa de los enfrentamientos de sus familias. Y justo en ese
momento, la pared sobre la que se apoyaban se abrieron como si fuera un
cortinaje, y se tragó al interior del templo a la pareja de enamorados.
Los
Silva no tuvieron la misma suerte: la pared volvió a hacerse piedra, y por más
espadazos que dieron, no consiguieron nada. Así que, raudos, fueron a la puerta
principal para intentar forzarla y darles caza. Pero las campanas de la iglesia
empezaron a tañer con tal fuerza, que los vecinos salieron asustados por las
horas, y por si se trabaja de algún incendio en una de las casas del barrio.
Los
Silva, ante esto, salieron huyendo y los vecinos, queriendo comprobar que todo
estaba correcto, acompañados del sacerdote entraron a la iglesia y,
efectivamente, todo estaba intacto salvo un pequeño detalle: detrás del altar,
agazapados, estaba esta pareja, y todos comprendieron que lo que allí había
pasado había sido un milagro: fueron salvados por el Altísimo de una muerte
segura. Todo fueron celebraciones.
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