viernes, 1 de diciembre de 2017

Las tres fechas (Toledo)

Cuenta Bécquer que, en una de sus primeras visitas a la ciudad, cada vez que se dirigía hacia San Juan de los Reyes, pasaba por una hermosa calle típica toledana, estrecha, con ventanas de bellas rejas y celosías y que, casi siempre, se encontraba solitaria, no encontrándose a nadie por el camino.
Sin embargo, una de las tardes que volvió a pasar por ahí se fijó que, en una ventana enmarcada en un arco ojival, había una sombra de lo que parecía ser una bella dama que se dejaba intuir por detrás de un cortinaje blanco. Él se imaginó que detrás estaría la mujer más bella que hubiera conocido nunca y, antes de partir a los pocos días hacia Madrid, en su cuaderno de viaje anotó esa fecha, con el título de “la ventana”.
Tras varios meses ausente de la ciudad, tuvo la oportunidad de volver. Aprovecharía para ver todos aquellos lugares que tanto le llamaron la atención. Y, como no podía ser de otro modo, uno de esos lugares obligatorios era esa calle donde se encontró, tras la ventana, a esa dama que tanto hizo volar su imaginación.
En este caso pudo comprobar como, detrás del visillo blanco, unos ojos cautivadores observaban sus pasos. Y nuevamente Bécquer, antes de partir de Toledo, volvió a anotar una segunda fecha, que tituló como “la mano”.
Después de un tiempo en Madrid de nuevo, decide regresar a Toledo. Y como era costumbre, una de las primeras cosas que hizo fue pasar por esa ventana que le tenía enamorado. Pero ese día la encontró cerrada. Ese día no pudo notar a la otra persona detrás ni como alguien le observaba. Ese día, solo las paredes de ese estrecho callejón le observaban. Así que, desolado, atinó a pasar por esta plaza de santo Domingo el Real, donde las puertas del convento dejaban salir murmullos y cánticos. Él quiso adentrarse al interior para ver de qué celebración se trataba y pudo comprobar que una monja estaba tomando el hábito. Cual fue su sorpresa cuando la monja, al mirar a la puerta en una de sus últimas miradas al mundo que iba a dejar, Bécquer reconoció ese rostro y esos ojos. Ambos se miraron, y comprendieron que su amor iba a ser imposible. Becquer salió desolado del convento, intentando reprimir las lágrimas que su corazón le mandaban.
Ese día Bécquer no tuvo en cuenta la fecha ni la dejó apuntada. Esa fecha se le quedó grabada en un lugar del que nunca se borraría: su roto corazón.


Visita guiada por el Cobertizo de Santo Domingo el Real

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