Tras
la fundación de Villa Real por el Rey Alfonso X, apodado "El Sabio",
era vox populi la enemistad manifiesta entre villarrealenses y la Orden de Calatrava,
siendo continuos los saqueos, rencillas y batallas entre ambos bandos,
incrementado el odio, sin duda, por la necesidad que tenían los de la villa de
buscar leñas, pastos y otros elementos de vida de agricultura y ganadería más
allá de sus pequeños límites, con el beneplácito del monarca para ello. Para
ello invadían el territorio de Miguelturra, su adusta enemiga y población que
se creó por la Orden en las mismísimas puertas de Villa Real con el afán de
anularla. La discordia entre Villa Real, defendida por los nobles fieles al
Rey, y Miguelturra, defendida por los Caballeros de la Orden, estaba servida. Y
no había manera de conciliar ambas partes. Muchas fueron las refriegas y
batallas entre ambos bandos y numerosas las veces en que fue destruida Miguelturra.
El odio iba in crescendo y se dieron grandes y recordadas batallas como la
conocida con el nombre de "Malas Tardes".
El
cronista Ramírez de Arellano narra que en aquellos tiempos, principios del
siglo XIV, siendo Maestre de la Orden de Calatrava Don Garci López de Padilla,
volvió a su hogar el acaudalado vecino de Miguelturra Don Alvar Gómez,
encontrándose a su padre asesinado, deshonradas sus hermanas y totalmente
saqueada su hacienda, jurando al instante cruel venganza al autor de tales fechorías
que no podía ser otro que el cabecilla de sus enemigos, Don Remondo Nuñez de
Villa Real.
Todos
los años y coincidiendo con el aniversario de la tragedia, citaba Don Alvar a
sus varios hijos a renovar el juramento de venganza y muerte a aquellos que cometieron
los nefastos actos, pero hubo un año en el que Sancho, su hijo primogénito, no
prestó con vehemencia la renovación del juramento, cuestión que no agradó a su
padre y le hizo desconfiar. El motivo es que el varón se encontraba ciegamente
enamorado de Blanca, quien no podía ser otra sino la doncella hija de Don
Remondo, eterno enemigo de su padre Don Alvar, por lo que por su amor el
muchacho no esbozaba como plan asesinar al padre de su deseada.
Rápidamente
fueron conocidos estos amoríos por la vecindad de ambos pueblos, viendo en
ellos la posibilidad de reconciliar ambos bandos y dando por finalizadas las
tensiones. Fray Ambrosio, Padre Prior del Convento Franciscano de Ciudad Real,
intervino deseoso de erradicar los odios entre las dos familias de Villa Real y
Miguelturra mantenidos por Don Alvar y Don Remondo. Por más que el fraile
intentó calmar los ánimos, tal era la fiera enemistad entre las dos partes que
fue recriminado el doncel y encerrada la novia, llegando inclusive el infante
Sancho a recriminar a Fray Ambrosio su intervención y confesándole que tenía
previsto secuestrar a Blanca y huir juntos en amor hacia tierra de moros, lejos
de Castilla, donde obtendrían el doble perdón paterno.
Comprendiendo
el Padre Prior que no podría evitar el rapto pues Sancho ya tenía trazado su
plan, no quiso que se produjera la huida sin antes casar a los enamorados de
modo que, puestos de acuerdo, se dieron cita una noche en el lugar del
Humilladero, en Villa Real, junto a la puerta de Alarcos. Allí acudieron el
fraile, Sancho que ya residía fuera del hogar familiar y Blanca que acababa de
escapar del suyo. Al instante unió Fray Ambrosio a los amantes en matrimonio y,
recién acabados los votos y antes de emprender su huida, se personó violenta y
precipitadamente en el lugar Don Remondo Nuñez en busca de su hija y escoltado
por su gente armada. El Prior se interpuso y suplicó paz pero Remondo ciego de
odio y furor quiso traspasar con su espada al fraile que había unido a su hija
Blanca en matrimonio con el infante Sancho, hijo de su eterno enemigo Don Alvar
Gómez. De tal fortuna fue el lance que la espada traspasó el hábito del franciscano
sin herirle pero alcanzando de pleno a la joven Blanca que se amparaba tras él,
su propia hija, cayendo muerta al suelo. Sancho al ver yacer a su amada quiso
vengarse y blandió su espada contra el padre de aquella, Don Remondo, pero al
instante cayó abatido por las lanzas de la gente armada que lo escoltaba.
Tan
inesperado desenlace arrancó de Fray Ambrosio las más tristes lamentaciones
viendo a los dos jóvenes, emblema del triunfo del amor entre enemigos, casados,
sí, pero fallecidos en el acto y de tan violenta manera que se impuso de nuevo
el luto en ambas vecindades y se vio truncada la posibilidad de reconciliar
aquella rivalidad familiar que sólo el tiempo lograría extinguir. Y culmina la
leyenda diciendo que allí mismo fueron enterrados juntos los dos amantes,
colocándose sobre su tumba una cruz conmemorativa que atinó en llamarse
"La Cruz de los Casados", recuerdo de la trágica historia de amor
entre Sancho de Miguelturra y Blanca de Villa Real."
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