lunes, 23 de octubre de 2017

La historia de Don Benitón (Minglanilla, Cuenca)

Cuenta la leyenda que allá por los años finales del siglo XVIII nació en Minglanilla, de familia humilde y jornalera, un niño que cuando creció era de una musculatura robusta y una estatura gigantesca, de tal manera que todas las personas le llamaban Don Benitón. Como su familia era pobre, no tuvo oportunidad de ir a la escuela y casi no sabía leer ni escribir. Su juventud transcurrió trabajando duro de jornalero, leñador y en las minas de la sal. Era un hombre muy religioso y bueno. Era tan fuerte que cuando iba a por leña al campo con su borrico, él cargaba a sus espaldas más leña que su propio asno. Un día en la mina de sal, cuando contaba dieciocho años, le hicieron una prueba de fuerza que consistió en sostener en sus hombros 483 kilos de sal. No solamente aguantó este peso sino que subió con esa carga un escalón de la mina y se comió una libra de pan. A esa edad era ya de cinco pies y ocho pulgadas. Cuando fue a la mili, el coronel de su regimiento ordenó que le dieran dos raciones de comida. Al poco tiempo demostró su valor y fue nombrado cabo de gastadores. En la Guerra de la Independencia, contra los franceses, salvó a su coronel herido. En el sitio de Tarragona, por su arrojo y heroicidad, fue nombrado sargento 2º. Al terminar la guerra consiguió el grado de capitán y pasó a la guarnición de Melilla. Aquí, un día paseando con un amigo fue acorralado por los moros, y por no enfrentarse a ellos ya que su amigo tenía mujer e hijos, se entregó. Cuando los moros vieron la fuerza que tenía quisieron obligarle a renunciar a su religión en favor de Mahoma, a lo que él se negó en rotundo y fue castigado a labrar con un buey. Una noche de fuerte tormenta aprovechó D. Benitón la visita de su carcelero para escapar. Llegó a Melilla contando lo sucedido y, gracias a él, su amigo pudo ser liberado previo pago de un rescate. De allí marchó a Murcia pero antes de llegar, cuando iba en su coche de caballos, éstos se desbocaron y D. Benitón se cogió a una rueda y detuvo el coche en el acto. Cuentan que en otra ocasión, estando en Valencia, el ama de la casa donde vivía quería comprar naranjas y por impedimento físico no podía bajar las escaleras; entonces D. Benitón bajó a la calle y a un naranjero que vendía naranjas con su burra le explicó la situación resolviendo coger la borrica con las naranjas y subirla a cuestas hasta la casa para que su señora pudiera escoger personalmente las naranjas que deseaba. Después volvió a coger la burra y la bajó a la calle de nuevo. Tal era su fuerza que un día su general quería examinar un cañón pero no tenía tiempo para ello, así que D. Benitón fue donde estaba el cañón, lo cogió y se lo llevó hasta la puerta del despacho del general para que éste pudiera verlo sin moverse de su sitio.
En el año 1825, D. Benitón regresó a Minglanilla para vivir allí junto a su mujer y sus hijos. Al llegar, un grupo de vecinos le increparon que ya estaba viejo y que no era tan fuerte. Para demostrar que estaban equivocados los retó a una prueba en la que D. Benitón debía ser agarrado por un brazo por dos hombres y enfrente de él sobre una mesa se colocaría una botella de vino y un vaso, y él aseguraba que se bebería toda la botella, vaso por vaso, sin derramar una gota, a pesar de estar sujeto por cuatro hombres. El resultado fue que se bebió el vino. En otra ocasión, en la ciudad de Cuenca fue retado por un hombre apodado El Chato, diciéndole que era viejo y que no valía para nada; tanto increpó a D. Benitón que le dio unos azotes, como los que se dan a los niños, dejando a El Chato el culo amoratado por unos días y con cierta cojera.

Durante la Guerra Carlista, el cabecilla Sempere entró en Minglanilla y fue a la posada a descansar y tomar aliento. Don Benitón se personó para saber qué clase de gente era y en el mismo momento que entraba a la posada uno de los soldados gritó: "¡que viene el enemigo!", buscando la forma de cerrar las "portás", a lo que se prestó D. Benitón empujando éstas con sus anchas espaldas. Desde fuera, como no podían abrir, descargaron cinco trabucazos que impactaron en el cuerpo de D. Benitón cayendo al suelo malherido. Cuando entraron los nacionales y lo vieron se dieron cuenta del error que habían cometido y lo llevaron a su casa para que lo curaran. De las cinco balas que tenía en el cuerpo cuatro sanaron, pero la quinta le produjo gangrena que fue la que lo condujo a la muerte en 1848.

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