Raschid, contemplaba a su bella hija Aysha estaba muy orgulloso de ella, pues a su gran belleza se unía su bondad. Eran tiempos dichosos, y aunque soplaban vientos de guerra, estos parecían muy lejanos. Raschid sabía que los cristianos al mando de sus reyes cada vez estaban cercando más las tierras moras, pero eso distaba muchas leguas de su hermosa morada.
Ésta estaba situada cerca de las murallas del fuerte de Al-frez que así se llamaba dicha villa. Su tierra fértil le proporcionaba fruta y verdura, sus bastos prados aseguraban la comida de su ganado, la casa a la que llamaban “La Redonda” por estar situada en una pequeña meseta circular. A pesar de poseer otra hermosa casa dentro del fuerte, Raschid prefería vivir sobretodo la primavera y verano en ésta hacienda.
Estaba ensimismado en sus pensamiento cuando oyó a lo lejos unas voces que pedían socorro y fue en su ayuda, Aysha también corrió en dirección a esas voces y lo que contemplaron, les dejó atónitos. En una vieja carreta tirada por una escuálida mula, yacían dos pequeños niños famélicos y llorosos. Se llamaban León y Carmelo y tenían cinco y siete años respectivamente. Habían emprendido viaje junto a su padre huyendo de la guerra y el hambre que perseguía a la meseta castellana. Éste había fallecido unos días antes a causa de unas grandes fiebres, habiéndoles dejado desamparados.
Les llevaron a la casa, curaron sus heridas, les dieron de comer y beber y a los pocos días recuperaron su salud. Así transcurrieron varios años, León y Carmelo crecían fuertes y sanos y eran instruidos en el arte de leer y escribir, entre otras materias por Aysha y su padre. Ésta les quería como una madre, a pesar de las criticas que ello generaba entre la mayoría de la población árabe del pueblo.
La fría mañana del tres de febrero del 1238 sería recordada por ésta familia para el resto de sus días. Planearon una excursión a un lugar llamado Al-Mafyar (La fuente) para ver el manantial de la sierra del segura que surge de allí y da nombre a su río. Pocos sabían que su califa y rey de Mursiya (Murcia) Ibn Hud, había sido asesinado, y esto envalentonaba a los seguidores del rey Jaime I que realizaban escaramuzas sorpresa para conseguir esclavos moros, que podían vender a buen precio en la ciudad de valencia.
Carmelo y León, escondidos entre los juncos contemplaron como decapitaron sin piedad a Raschid, apresaron a la bella Aysha y a sus sirvientes. Ellos lograron salvar la vida. Al regreso a la Redonda plantaron una pequeña encina delante de la casa para recordar a Aysha y juraron ante el pequeño árbol que volverían a traerla a casa. Trabajaron sin descanso, pasando muchas privaciones para conseguir el rescate de Aysha que había sido vendida a unos mercaderes valencianos, después de muchos años de esfuerzo consiguieron el dinero y con su bolsa de monedas de oro emprendieron el viaje hacia Valencia. Cuando al fin, la tuvieron con ellos, comenzaron a llorar. El duro trabajo había hecho estragos en Aysha. La abrazaron fuertemente y le juraron que nadie volvería ha hacerle daño y así fue hasta el final de sus días.
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