lunes, 23 de octubre de 2017

Minga, la Galanilla (Minglanilla, Cuenca)

Un joven jinete llamado Pedro, el hijo del administrador general del Marqués de Villena se dirigía a lomos de su caballo hacia la villa de Iniesta cuando pasó por una pequeña aldea y vio a una hermosa joven en una fuente llenando un cántaro de agua. Se acercó y galanteó un rato con la campesina hasta que ésta se marchó. El jinete se fue a Iniesta sin poder apartar de su cabeza la cara de Dominga, que así se llamaba la moza.
Al llegar el buen tiempo los marqueses de Villena anunciaron su llegada a Iniesta con todo su séquito. El administrador ordena entonces a su hijo Pedro hacer un repaso de los preparativos de la llegada de los marqueses en sus posesiones cercanas, lo que le da pie para volver a la aldea de aquella guapa muchacha. Allí la va a esperar junto a la fuente atando su caballo a un hermoso minglano o granado que en el mismo lugar había. La muchacha volvió con su cántara a por agua cruzándose un breve saludo entre ambos, y Pedro se quedó aún más prendado de ella, pensando como conquistarla.
Cuando los marqueses llegaron a Iniesta, Don Hernando, hijo mayor de aquellos, organizó una batida de caza a la que también fue invitado Pedro. Estando en plena cacería Pedro decidió escaparse para ir a la aldea de la fuente del minglano y ver a Dominga. Pero Don Hernando viéndolo cómo galopaba, y pensando que iba tras una importante pieza, tomó el mismo camino, al igual que algunos otros cazadores que lo acompañaban. Cuando Pedro llegó a la fuente se excusó ante Don Hernando diciendo que perseguía a un gran corzo que al final se le escapó, y todos se refrescaron y bebieron agua de la fuente. En esos instantes apareció Dominga con su cantarillo a por agua, y al aproximarse a Don Hernando, éste, que observó asombrado su belleza, le preguntó su nombre y la obsequió con algunos piropos comparando su belleza con princesas y reinas. Al partir la doncella, el joven le dijo que a partir de ese momento él la llamaría Minga, por ser un nombre más breve y sonar mejor. Pedro por su parte estaba muy disgustado al entender que aquella muchacha le había gustado mucho a Don Hernando. Claro está que ni en la mente de Pedro ni en la de Hernando estaba el casarse con aquella muchacha, debido a su condición de humilde labradora, pero ambos pensaron en enamorarla y conquistarla.
Pasados unos días, Pedro envió a uno de sus criados para convencerla de que fuera su novia pero se volvió sin conseguir nada ya que la doncella tenía por novio a un mayoral del Marqués al que llamaban Toño. Don Hernando, a su vez, mandó a uno de sus pajes, el más ducho en amoríos y enredos, quien le llevó flores y regalos y le explicó las intenciones del conde. Dominga le dijo que tomaba los regalos por no molestar a Don Hernando pero que no quería saber nada del asunto.
Todo lo ocurrido lo ocultó la muchacha a su novio Toño y a su familia con el fin de evitar disgustos. Pero Don Hernando le siguió mandando cartas y regalos a casa de la tía Tomasa por medio de su paje, cartas que Dominga recogía sin querer hacerlo y prometía que no volvería más a casa de la tía Tomasa. Pedro, por otro lado, una noche fue a rondarla con un grupo de músicos, y pronto se hizo público que tanto Pedro como Don Hernando cortejaban a la doncella de la fuente del minglano.
Con este estado de cosas, Toño pidió al padre de la moza, que se llamaba Gaspar, que les dejara casarse para así evitar más comentarios. El padre habló con su hija y encontró a ésta muy dubitativas y excusó casarse con Toño porque aún era muy joven. Su padre hizo un trato con ella por el que se casaría con Toño en cuanto cumpliera los dieciséis años, y a partir de ahora, accedía a que fueran novios formales y así Toño podría venir a verla todas las noches.

Pero un día después de arreglar los animales, Toño se dirigía a casa de Dominga cuando vio a un hombre que entraba en casa de la tía Tomasa. Toño se escondió tras el minglano de la fuente, y poco después vio salir a la tía Tomasa que tomaba muchas precauciones mirando a todos lados y se encaminaba a casa de su novia. Toño aprovechó este momento para acercarse con sigilo a la casa donde estaba el hombre y se quedó escondido al lado de una ventana para poder oír lo que allí se decía. Al volver Tomasa, ésta contó al paje de D. Hernando, que era quien allí estaba, que la doncella le había manifestado que ya tenía novio formal y que no quería más cartas ni regalos. Toño se fue a casa de Dominga taciturno y preocupado. Esa noche casi ni habló y estuvo muy triste. A los pocos días, el señor Marqués destina a Toño como Mayoral a otro de sus pueblos, doblándole el incluso el sueldo. Él se niega ante su padre y explica que es una maniobra para alejarlo de su novia pero ante la insistencia de éste, temeroso de represalias, acata la decisión con obediencia. Al día siguiente fue a despedirse de Dominga y de su familia con mucha tristeza. Durante un mes los dos nobles pretendientes, Pedro y Hernando, continuaron cortejando a la doncella con cartas y regalos.
Un día coincidieron en la fuente del minglano el paje de Don Hernando y Pedro librando entre ellos una gran lucha con sus aceros. Viendo el criado del conde que Pedro manejaba mucho mejor la espada, aprovechó un instante de pausa para subir a su caballo y huir. Inmediatamente fue a contar lo sucedido a su señor quien en un arrebato de furia y sin poderlo resistir más, organiza un plan para secuestrar a Minga y manda a su paje para llevarlo a cabo. Con un engaño mientras la muchacha recogía agua de la fuente es raptada, introducida en un coche de caballos y llevada a Madrid. Aquí va a vivir con dos criadas y un paje guardián. El conde, para hacerla feliz, la rodea de mucho lujo y comodidades. Ella es consciente que, aunque llevada a la fuerza, siente un gran amor hacia Don Hernando pero cuando piensa en los suyos se queda muy triste y llora. En Madrid es educada por maestros y pronto adquiere distinción y modales propios de su nueva condición, enamorándose locamente del conde.
Así fueron pasando los años hasta que un día Don Hernando le comunica que su padre, el Marqués de Villena, había dispuesto su casamiento con una mujer de su misma condición pero que no se preocupara que él seguiría manteniéndola. Mingla sintiéndose traicionada y abandonada, no paraba de llorar. Realmente el conde la estaba engañando, ya que era mentira lo de su casamiento y lo que ocurría era que ya se había cansado de ella. Un día la criada que estaba al servicio de la desdichada doncella fue a ver a Don Hernando para decirle que la muchacha estaba muy delgada porque casi no comía y se encontraba muy enferma, rogándole que fuera a verla, a lo que éste le respondió que no quería ya saber nada de ella.
En una fría tarde de noviembre agonizaba Minga la Galanilla, y ante un sacerdote pedía perdón y clemencia acordándose de su padre, que había muerto penando por su ausencia, y de Toño, que por su culpa estaba en la cárcel después de desafiar a Don Hernando e intentar matarlo. Entonces el cura le explicó que había hecho las gestiones oportunas y había conseguido sacar de prisión a Toño, y si lo quería, vendría a verla. Minga se negó y poco a poco su vida fue desapareciendo hasta que llegó su suspiro final. A su entierro solo asistieron tres personas: Toño, embargado de pena y llanto; el cura, consternado en compasión, y la criada que la había querido como a una hija y la había acompañado hasta su muerte. Toño murió poco después de su amada Dominga.

Don Hernando se casó con una joven aristócrata, pero nunca supo lo que es el amor. Entonces sintio un gran arrepentimiento por aquella joven aldeana que le dio todo su amor y murió por culpa de su engaño y abandono, y ordenó que, en memoria y recuerdo de aquella gran mujer, la aldea donde había nacido pasara a llamarse Minga La Galanilla, en honor a la muchacha que más tarde paso a llamarse Minglanilla.
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