Una
vieja leyenda de las muchas que se cuentan sobre los ríos campesinos y los
misterios de los monstruos que habitan en su fondo es esta historia o fábula
del dragón del río Sequillo que vivía escondido entre el lodo de su lecho y
tenía atemorizados a los habitantes de los pueblos de su margen con sus
aullidos.
Dicen que cuando se acomete la construcción de
la Iglesia de Santa María de Rioseco noche tras noche el monstruo, que llegaba
por las aguas del río Sequillo, arruinaba lo que se había hecho el día anterior
ante la desesperación de los riosecanos. Con el fin de acabar con el temido dragón
los pueblos que sufrían las consecuencias de su ira deciden dar una recompensa
a aquella persona que consiga acabar con él, ofreciéndose para ello voluntario
un preso que cumplía pena en la cárcel de Rioseco a cambio de su libertad.
El
preso agudizando su ingenio decide fabricarse un escudo con un espejo donde se
reflejara la imagen del dragón al que pretendía matar. Al llegar frente al
monstruo, éste ve reflejado en el espejo otro animal de la misma especie y se
prepara para atacarlo abriendo sus enormes fauces, es el momento que el preso
aprovecha para atacarle con su lanza, que tenía escondida tras el espejo, y atravesándole
con ella consigue dar muerte a la temida bestia. Los pueblos felicitan y
vitorean tal gesta al verse libres de las garras del temido monstruo y ponen en
libertad al soldado preso que consiguió la hazaña.
Otra
versión de esta fábula dice que el cocodrilo lo soltaron los franceses durante
la guerra de la Independencia para amedrentar a las gentes que temerosas al ver
semejante bicho tan enorme navegando por las aguas del Sequillo accedían
sumisamente a cualquier imposición o petición de los soldados franceses.
También hablan de un simple lagarto que podría tratarse de una piel que enviase
un exvoto riosecano desde las américas y hoy se puede ver en la Iglesia
riosecana, donde en el dintel de su puerta cuelga la piel del lagarto del que
se habla en esta leyenda.
Lo cierto es que de siempre se ha oído decir a
nuestras abuelas que el alma del citado monstruo aún sigue viva y habita en el fondo
del Sequillo a la que responsabilizaban de las continuas catástrofes a las que
sometía a los pueblos de la fábula con sus temidas riadas que ferozmente
arruinaba sus casas como antes destruyera la construcción de la iglesia
riosecana.
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