Cuentan
las leyendas que un hombre llamado Mancio,
uno de los 72 discípulos de
Jesucristo, murió mártir en las cercanías de Évora, y que tras la
invasión árabe su cuerpo fue peregrinando de un sitio a otro hasta llegar a
Asturias. Permaneció allí hasta que en el año 1070 a un hombre llamado Gutierre
Téllez de Meneses se le apareció San Mancio y le dijo: "Vete a Asturias y
trae mi cuerpo a Castilla". Y así lo hizo, pero al llegar donde ahora está
la iglesia del pueblo
no le ejaron pasar con los restos del santo, así que edificó allí, junto con
los monjes benedictinos de Sahagún un monasterio donde descansara para siempre. A su alrededor, se
fue asentando un grupo de gentes que finalmente formó una "villa
nueva".
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