Cuentan
que en Simancas, Bureva para los moros, Abderramán salió mal parado.Pidió
doncellas el rey moro y hasta allí fue a buscarlas, pero en lugar de doncellas,
lo que encontró en la villa fueron lanzas y la peor de sus batallas.Y es que la
historia dice que, precisamente por vencer Abderramán II al Rey Ramiro I del
Reino de León en la guerra que mantenían, el rey moro le exigió al rey
cristiano un tributo que debía pagar con premura y sin dilación.No queriendo el
rey Ramiro más guerra sino paz, decidió cumplir con el tributo, más el pago era
grave pues no se trataba de dineros ni salarios sino de cien doncellas de todo
su reino cada año.Pero bien es sabido que, una cosa es lo que manda un rey y
otra bien distinta lo que debe acatar su pueblo y he aquí que en esta ocasión,
el rey cristiano pese a no querer soliviantar al emir moro ni querer más
guerras, habría de enfrentarse de nuevo a él pues, aunque aceptó,
efectivamente, dar tal contribución con cien jóvenes doncellas de todo su
reino, no lo aceptó así la villa de Bureva que al saberse proveedora de tal
tributo con sus doncellas, decidió rebelarse y poner fin a tan vil impuesto.
Así pues, es menester contar los hechos tal y cómo acontecieron.
“
A la villa le llegó el requerimiento de siete de sus doncellas, el número de
muchachas que en equivalencia les correspondía de las cien que se requería.Las
autoridades lo hicieron saber al pueblo siendo pedidas a tal efecto y para
posterior sorteo, hermanas, hijas y parientas en edad de casamiento.Conocidos
los insidiosos deseos del rey moro con sus honrosas doncellas, la aflicción se
apoderó de las gentes y el temor corrió por las calles y casas de Bureva pues
en casi todas había una joven doncella que podía, pobre de ella, ser requerida
y sorteada.Para evitar huidas, en las puertas de las casas de jóvenes
casaderas, se aposentaron centinelas hasta el día del sorteo mientras los
parientes, padres, madres y hermanos acudían a la iglesia para pedirle a Dios
que librara de tan miserable destino a quien con tanto desvelo guardaban en
casa.Pero como a todo requerimiento le llega el momento de cumplir con lo
requerido, llegó el temido día del sorteo y en la plaza todos se reunieron para
escuchar de las autoridades los nombres de las siete doncellas.Siete salieron y
siete nombres se escucharon con temor:Leonor, Lucía, Laura, Eva, Isabel,
Yolanda y, por último, Inmaculada.Al instante, lamentos y gritos clamando al
cielo de los padres, hermanos y parientes de las siete jóvenes desgraciadas
cuyos nombres se anunciaron en tan aciago momento.Tantas suplicas habían sido
vanas. Sin remedio se las llevaban para encerrarlas en la torre del castillo
hasta el día que, al rey moro, le fueran entregadas.Cuentan que iban las
doncellas llorosas y desgreñadas, con los ojos enrojecidos y descompuesto el
rostro, mientras las madres iban detrás, gritando y maldiciendo al rey moro por
querer quitarles¡ ay de sus pobres niñas¡, toda su virtud y honra.En la torre
del castillo las siete quedan confinadas, suspirando y llorando sin consuelo,
hasta que la mayor, la más gallarda, después de enjugar sus lágrimas, a sus
compañeras muy resuelta les dijo:“ Desventuradas doncellas, quién en el mundo
pensó que para echar a los perros estáis vosotras y yo. Más valiera morir que
aceptar lo que se aceptó, cortémonos pues las manos, la primera seré
yo”.Cortémonos los cabellos, cortémonos pues las manos, desfiguremos los
rostros con la sangre que manemos.Pongámonos horrorosas y así no querrán
llevarnos, no querrán tomar favor si el cuerpo desfiguramos”.De tales palabras,
la leyenda dice que las otras seis doncellas con sendos cuchillos que sacaron
se cortaron los cabellos y el rostro desfiguraron, más la mayor que había
hablado, con un golpe firme y certero se cortó una de sus manos.Viendo aquello
las otras seis, tampoco vacilaron. Una a una fueron imitando a la mayor
cortándose, todas, una de sus manos. Y cuentan que en la celda de aquella
torre, siete gritos de dolor se escucharon; el de siete doncellas que, con
honra y por su honor, mancas se quedaron.Más la cosa no quedó en esta
determinación. El pueblo enseguida supo lo ocurrido con sus jóvenes mujeres y
decidió tomar partido al tiempo que, a los moros, de Bureva les llegaba la
noticia que siete doncellas agonizaban mancas por negarse a ser entregadas.El
pueblo exaltado estaba decidido a defender a sus siete doncellas que en el
castillo, y con tanta determinación, sus manos habían cortado.A las puertas del
castillo, llegaron los moros dispuestos a llevárselas por la fuerza, más lo que
vieron, no les gustó.En la celda encontraron los moros a las siete doncellas,
en estado de agonía, desfiguradas y mancas.Viéndolas así el rey moro dice:“ Si
mancas me las dais, mancas no las quiero”.Y enseguida ordenó a los que
gobernaban la elección de otras siete doncellas que sustituyeran a las que se
habían quedado desfiguradas, desgreñadas y mancas.Pero a los que allí
gobernaban, este segundo requerimiento les pareció del todo desmesurado y
acordaron dar cuentas al Rey Ramiro no sólo de la nueva exigencia de Abderraman
II, sino de lo acontecido en el pueblo con las doncellas que habían sido
requeridas y que, con arrojo habían decido quedarse mancas antes que ser
entregadas al rey moro.A tal cuestión, el rey cristiano en silencio escucha las
malas noticias que de Bureva llegan. También lo escucha la corte.Los rostros se
crispan. Se piensa en la venganza. Una voz alta y firme se alza a los
presentes:“ Qué hacemos los hombres quietos, cuándo las tiernas doncellas solas
defienden su honra. Solas con gran entereza.Ejemplo nos dan a todos aguerridos
caballeros (....), y nos dicen que por su honra volvamos.”A esto, los
caballeros en la corte responden y deciden que han de luchar como nobles por la
honra de sus pueblos y sus mujeres, declarando la guerra a los moros pues por
honor mil veces prefieren morir como nobles caballeros que vivir como
cobardes.El rey moro intenta negociar pidiendo los quinientos sueldos que el
rey Ramiro I había ofrecido por cada una de las cien doncellas si no cumplía el
acuerdo. Pero el pueblo había hablado por boca y determinación de sus mujeres y
al moro negó uno y otro tributo retándole a que viniera a tomarlo de las puntas
de sus lanzas pues no iban a permitir más ni tributos ni amenazas.Se levantan
pues en armas todos los caballeros de pueblos y ciudades y hacía Bureva parten
de todos los lugares para defender a sus doncellas, a las cien de todos los
pueblos, a las siete que quedaron mancas por gallardas.
Posteriormente, ya en el 939, 6 de agosto para más reseña en el acontecer de la historia, se libraría la famosa batalla " Del barranco".
Nada obtuvieron los reyes y caudillos moros a partir de aquello, ni doncellas ni tributo. De Simancas salieron huyendo con sus tropas, dicen que hacía Zamora, más nunca olvidaron los moros que, en Bureva, tanto les humillarán.Cuenta la tradición que, las doncellas cristianas, a sus casas no regresaron. En un convento de monjas, mancas y vírgenes quedaron.De esta historia curiosa y ejemplar, Bureva, el pueblo de las Siete Mancas, su nombre por el de Simancas cambió y esta coplilla salió:
Posteriormente, ya en el 939, 6 de agosto para más reseña en el acontecer de la historia, se libraría la famosa batalla " Del barranco".
Nada obtuvieron los reyes y caudillos moros a partir de aquello, ni doncellas ni tributo. De Simancas salieron huyendo con sus tropas, dicen que hacía Zamora, más nunca olvidaron los moros que, en Bureva, tanto les humillarán.Cuenta la tradición que, las doncellas cristianas, a sus casas no regresaron. En un convento de monjas, mancas y vírgenes quedaron.De esta historia curiosa y ejemplar, Bureva, el pueblo de las Siete Mancas, su nombre por el de Simancas cambió y esta coplilla salió:
“
Por librarse de paganoslas siete doncellas mancasse cortaron sendas manosy las
tienen los cristianospor sus armas en Simancas”.
Y
así ha sido y así se cuenta. En el escudo de Simancas, siete manos de siete
doncellas gallardas, que por honor prefirieron quedarse mancas que ser, para un
rey moro, vulgares esclavas...
No hay comentarios:
Publicar un comentario