fue
en mayo de 1975 (pocos meses antes de que muriera el innombrable), así que,
echando ahora cuentas, yo tenía entonces 9 años... pero recuerdo perfectamente
el shock que me produjo, a mí y al resto de la ciudad, y cómo aquella macabra
historia se convirtió inmediatamente en leyenda urbana... Covadonga Sobrino: la
descuartizadora del Portillo... todavía sigue en pie, al borde de la carretera
y cerrada desde entonces, la casa donde todo ocurrió, un bar de picoteo y
alterne llamado ¡Ay!, en la salida de León hacia Valladolid... cuántas veces
les oí contar a mis padres, al pasar frente a ella en coche, aquella terrible
historia... un crimen pasional, un hombre violento, una mujer maltratada, una
discusión y varios hachazos, un paisano que buscando en el bosque caracoles
encuentra las piernas del cadáver y otro que días después descubre uno de los
dos brazos (del otro, dicen que tatuado, nunca se supo), el torso y la cabeza
(que según la prensa, le trajo uno de sus perros en la boca)... y a partir de
ahí, al identificar la policía a la víctima (parece ser que por la hebilla del
cinturón), Carlos Fernández Guisuraga, la reconstrucción de los hechos: el
crimen en el mesón por la noche, el descuartizamiento en la cocina y la
dispersión posterior de los restos... y la leyenda urbana añadida: que la
asesina había dado de tapa a los parroquianos del bar carne de la víctima
cocinada (dicen que del brazo tatuado)... todo lo cual se me quedó grabado en
la memoria a fuego, y aún hoy, 38 años después, me estremezco cada vez que subo
la cuesta del Portillo y veo, medio derruida y devorada por la maleza, esa
casona abandonada, terror de mi infancia, abono para mis pesadillas...
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