miércoles, 23 de mayo de 2018

El niño de Tordesillas (Tordesillas, Valladolid)


En Octubre de 1977 un niño de Tordesillas, Martín Rodríguez, tras regresar del colegio, fue  con sus amigos a  jugar al bote de la malla, una clase de escondite muy practicado en la España rural.
 Martín y su amigo Fernando salieron a buscar un lugar donde esconderse. Sin darse cuenta  se alejaron de la barrida de San Vicente, entrando en un vetusto corral abandonado situado en la cuneta de la nacional 122. Los niños indecisos empezaron a dar vueltas al viejo edificio buscando el lugar más adecuado para esconderse. Como entretenimiento, comenzaron a lanzar piedras sobre el derruido tejado del pajar. Una de ellas cae por uno de los agujeros y produce un sonido nunca antes escuchado por ellos. Un estruendo metálico rompe el silencio del lugar. Los pequeños se miran. No pueden resistir la curiosidad.
 Los niños comenzaron a ver una misteriosa luz que irradiaba esa parte del corral. Alzaron la cabeza y presenciaron una enorme lágrima lumínica de aspecto metalizado apoyada en tres anchas patas, similares a vigas, se posaba a tan sólo unos metros de ellos. Aquella especie de nave desprendía luces de diversos colores que, en medio de aquel solitario corralillo, proporcionaba una escena poco menos que increíble. Fernando se asustó. Martín en cambio se quedó fascinado.
Aquello, fuera lo que fuese, debía tener cerca de tres metros de altura por dos de ancho. Emitía un sonido similar al de un avión cuando está en tierra presto para despegar. El extraño objeto con forma de pera les recordaba a los capirotes que llevan los fieles en las procesiones de Semana Santa.
 En esos instantes de asombro, algo ocurre. El sonido que emitía la nave se intensificó como si estuviera cogiendo potencia. De repente, de las entrañas del artilugio manó un potente haz de luz que impactó de lleno en el abdomen de Martín. Martín se retuerce, le quema, le abrasa. Comienza a sudar, su tez se torna amarillenta, se debilita tanto que apenas oye los gritos de Fernando, su amigo del alma, que presencia la brutal agresión inmovilizado por el horror. El rayo se seguía cebando con el pequeño. Con las pupilas dilatadas y un aspecto cetrino, Martín se desplomó. La irradiación se cortó y el extraño objeto terminó  por elevarse hasta perderse en el negro firmamento.


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