sábado, 5 de mayo de 2018

Patíbulo en la bodega (Boecilla, Valladolid)


Ni los más viejos del lugar sabían por qué a una vieja bodega de la localidad vallisoletana de Boecillo, excavada a 14 metros de profundidad y comunicada con otras dedicadas hace años a la elaboración de vino, se la conocía por El Patíbulo. Un obrero que realizaba tareas de limpieza hace unas semanas se encargó de desvelar a este pueblo de la ribera del río Duero, a 15 kilómetros de Valladolid y de unos 2.000 habitantes, el porqué del estremecedor nombre.Mientras el empleado limpiaba las paredes de este subterráneo excavado en la tierra y cuyo origen, al igual que la práctica totalidad de las bodegas de la zona, se sitúa entre los siglos XIII y XIV, apareció en un promontorio, de unos dos metros de altura, una pared tapiada con adobe y argamasa y, en el centro, un ventanuco cubierto con sacos de tierra. Al destapar la pequeña ventana e introducir una linterna, el obrero vio con asombro que, clavado en el suelo de la bodega, había un patíbulo de madera, a pesar de la humedad, en buen estado de conservación y de unos dos metros de altura y ángulos reforzados. Junto al instrumento de muerte se hallaron algunas monedas de cobre pertenecientes al año 1800 y vasijas y cántaros de barro rotos.
La leyenda o los cuentos transmitidos boca a boca por los ancianos de Boecillo aseguran que la bodega, de unos 200 metros cuadrados, sirvió para ajusticiar a los afrancesados y oficiales napoleónicos que el duque de WeIlington hizo prisioneros en su imparable ofensiva desde Portugal a Vitoria entre 1812 y 1813. La tradición dice también que los apresados eran colgados en este patíbulo boca abajo y con las piernas abiertas. Sus verdugos les rajaban las ingles y la agonía del ajusticiado se prolongaba durante al menos uno o dos días, si no facilitaban información relativa a los movimientos del Ejército de Napoleón en España.
La bodega El Patíbulo se encuentra a unos 14 metros por debajo del conocido Colegio de los Escoceses, una residencia regalada, al parecer, por Felipe II a un grupo de sacerdotes expulsados de Escocia por los protestantes y que se ubica en el entorno de lo que se llamaba El Barco de los Frailes, un recinto perteneciente al vecino convento del Abrojo, del que únicamente se conservan las bodegas, dedicadas en su mayoría a establecimientos hosteleros y que, según la historia, fue zona de caza de los Trastamara. Lo cierto es que hasta sus puertas demuestran que pudo servir de cárcel, ya que los respiraderos de las mismas están en la parte más baja y fuertemente reforzados con rejas de hierro.
El Patíbulo es propiedad de Cándido Martínez Santiago, un vecino de Boecillo que la había alquilado al propietario de otra bodega, quizá la más conocida de Valladolid, El Yugo de Castilla, que tenía previsto ampliar el recinto de su establecimiento.
La propiedad inicial de este subterráneo era, al igual que el resto, de los frailes del convento. La desamortización de Mendizábal traspasó a los vecinos de la zona las propiedades eclesiales que tuvieron, posteriormente, la misma utilidad: el mantenimiento de los majuelos para la elaboración de unos vinos que incluso estuvieron incluidos en los menús de la corte española.
Las escrituras de propiedad dicen que la bodega El Patíbulo se llamaba oficialmente Los Bosqueros, por ser el lugar donde se celebraban los ágapes después de las jornadas de caza. Lo cierto es que en la actualidad muchas de estas bodegas son un entramado de subterráneos que muy pocos se atreven a intentar desenmarañar. Un vecino de Boecillo, Lorenzo Berzosa, recorrió hace años 200 metros por otra de las bodegas que llaman El Arroyo, y que presumiblemente unía los 1.500 metros que separan el convento de la zona de las bodegas. El agua le impidió continuar.
Tras la confirmación de la existencia el patíbulo, sólo falta ahora reafirmar otra historia que también corre de boca en boca en este pueblo vallisoletano desde hace años. Dicen las gentes del lugar que, cuando las tropas de Napoleón ocuparon la zona, el sacerdote, encargado de velar por los bienes y tesoros del Colegio de los Escoceses, los escondió, antes de morir, en un lugar que hasta el momento nadie ha podido descubrir. Una curiosidad más es que la bodega que linda con El Patíbulo, conocida como La Galleguita, era el lugar donde uno de los atracadores vallisoletanos de principio de siglo más famoso, Juan León, se repartía con sus sicarios los botines de los atracos que en unas cuantas ocasiones realizó al incipiente ferrocarril vallisoletano en el Puente de Hierro, cercano a la localidad de Boecillo.

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