miércoles, 31 de enero de 2018

El Canchal de la Monja (Colmenar de Montemayor, Salamanca)

Esta leyenda se remonta, según la tradición, al período de tiempo en el que Colmenar formaba parte del señorío de Montemayor, allá por el siglo XVI. En esa época una familia formada por los padres y dos hijos, varón y hembra, se instalaron en la ladera norte del Cancho o Castrijón. Transcurrido un tiempo, se trasladan al casco urbano y construyen una pequeña vivienda de piedra en la zona alta del pueblo, en las cercanías de la Peña Redonda.
Su vida transcurre entre el cuidado de los hijos, las labores de la casa y los trabajos  requeridos para una economía de subsistencia. Con escasez y dificultades, pero plácida por la tranquilidad y paz que el campo les proporcionaba.
El señor de Montemayor, como era costumbre en ese tiempo, disponía a su antojo de las vidas y haciendas de las personas que componían las aldeas de su jurisdicción y designaba a las personas de su confianza para ocupar los cargos importantes; personas que en su mayoría eran vecinos de Montemayor por ser éste su lugar de residencia. Uno de esos cargos de confianza le fue asignado al hijo del administrador del marqués, un joven de poco más de veinte años, al que se le había encomendado la guarda de las fincas de Valdescoboso y Las Navas en el término de Colmenar.
Era el joven mozo apuesto, gallardo y pendenciero, al que conocían por el color de su piel  con el sobrenombre de "El Tostao", y  gozaba de gran predicamento entre las jóvenes de Colmenar y los alrededores, acudiendo muy a menudo montado en una vistosa yegua a las fiestas de los pueblos.
  
Había conocido a la hija de los señores de nuestra historia (una joven quinceañera, guapa, inocente, confiada y modosita) en el campo, dado que él era el guarda de las fincas y ella pastora, habiéndose entablado entre ambos una relación más que amistosa, que dio como resultado que  la joven cayera en las redes del guarda a pesar de las advertencias de sus padres, pues no gozaba el mozo de buena reputación en el lugar. No obstante los consejos de sus padres y gentes del lugar que le recordaban constantemente  que aquella relación no llegaría a ninguna parte, la joven, que estaba enamorada locamente del apuesto guarda, no hacía caso de los consejos y creía, -inocente ella-, que él  le correspondía.
Como es fácil deducir, lo que se temía pasó: la joven quedó embarazada y "El Tostao" se desentendió de ella y no se preocupó del bienestar de su futuro hijo. Sus padres y hermano sufrieron con resignación y poca comprensión de las gentes del lugar,- como era habitual en estos casos-, las consecuencias del embarazo de su hija y hermana, con desprecios, miradas furtivas de desaprobación, retirada del saludo de algunos de sus vecinos etc., a la espera de recibir alguna compensación por parte de los padres del guarda o del marqués.
A mediados de agosto, un atardecer caluroso, hallándose la joven en su octavo mes de gestación, recibieron en su casa la visita  de tres personas: un varón de aspecto siniestro y dos monjas. Dijeron que venían en nombre del marqués con la misión de llevar a la joven al Asilo-Hospicio que la comunidad de religiosas tenía en Baños, lugar en el que nacería el niño y donde la joven madre sería cuidada por las monjas de la congregación.
Entre lo inesperado de la visita, el ademán autoritario de una de las monjas y el sombrío semblante del varón que las acompañaba, no supieron reaccionar, temerosos de que su oposición les acarreara males  mayores y se dejaron llevar por lo que las monjas les indicaron. Vistieron a la joven con un sayón y calzas de cuero y después de dirigirse a su madre, indicándole que no era prudente oponerse a las órdenes del marqués, y que tanto el niño como la joven cuando diera a luz serían atendidos por la congregación puesto que era lo mejor para ellos, se despidieron y subiendo a la grupa de un caballo se dirigieron por el camino de Adeacipreste hacia Montemayor y de allí a Baños.
La joven dio a luz en el Hospicio un varón al que no pudo ver puesto que le fue retirado de inmediato y encomendado  al cuidado de las monjas, mientras ella se habría de resignar cuidando a otros niños e intentando encontrar la vocación que necesitaba para ingresar en la orden. Trabajaba durante el día y pensaba durante la noche en el mozo de sus desgracias y en su hijo.
Cuando el niño cumplió un año, las monjas le pidieron que las acompañara a los pueblos de la zona para recoger las limosnas que los vecinos aportaran para el sostenimiento de la comunidad y del orfanato. Salieron desde Baños camino de El Cerro, Montemayor, Aldeacipreste, para llegar hasta Colmenar,  donde le dijeron, podría visitar a sus padres. Cuando se encontraban cerca del casco urbano pararon a descansar junto a una peña. Ella solicitó permiso a las monjas para que le dejaran  subir porque, según dijo, le recordaba sus tiempos de pastorcita. Subió a lo alto y se precipitó al vacío.
Y en este punto las versiones varían: para unos fue suicidio, para otros que una racha de aire le hizo perder el equilibrio y algunos sostienen que fue un traspié el culpable de su caída. Tampoco en el desenlace se ponen de acuerdo. Pues según una versión no murió,  porque el hábito actuó como un  paracaídas y amortiguó el golpe y, a pesar de que sufrió graves lesiones, sobrevivió.

Otra versión habla de que murió como consecuencia de la caída, y que como por arte de magia apareció un caballero en un negro corcel, con casco, coraza y espada, que subió a la grupa del caballo el cuerpo sin vida de la joven y lo trasladó hasta la puerta de la Iglesia de Colmenar y allí entregó varias monedas y un collar de oro para que, avisado el cura, se procediera a su entierro, desapareciendo sin dejar rastro. En lo que sí coinciden todas las versiones es en que, sobre la piedra en la que cayó el cuerpo de la pastorcilla quedó grabada una cruz. Desde entonces, la peña es conocida como el  "Canchal de la Monja".

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