jueves, 25 de enero de 2018

Wolframio (Barruecopardo, Salamanca)

Salamanca atesora una pintoresca historia, con ciertas semejanzas –aunque con sentido menos aventurero– al protagonizado en el fart west americano que inspiró a Marcial Lafuente Estefania en sus celebradas novelas del Oeste.
Se trata de la particular revolución que vivió esta provincia cuando se convirtió en la principal productora de wolframio de España, en el tiempo que alcanzó un altísimo precio en los mercados internacionales por su demanda para construir material bélico con la llegada de la II Guerra Mundial.
A diferencia de la conquista del oeste americano, el episodio charro del wolframio apenas tuvo relieve literario, a pesar de contar con los ingredientes que se necesita para que alguien hubiera llevado a las librerías un best seller. De esa época, únicamente Martín Vigil se hizo eco de ello en su fantástica novela Tierra Brava. Pero si Pérez Reverte o Julio Llamazares conocen ese submundo bordarían una obra para el recuerdo. Porque esas explotaciones tuvieron el misterio de un mundo desconocido donde el azahar guiaba el reloj de la existencia ante la intriga en la búsqueda del deseado filón que solucionaría la vida, también el acecho de la muerte que sorprendía en las voladuras o en los numerosos peligros que se debían sortear en la mina. Y sobre todo la aventura de las semanas que comenzaban llenas de interrogantes y finalizaban, casi siempre, en medio de la jarana.
Por eso, ahora, que volverá a abrirse de manera inmediata la explotación de Barruecopardo, el columnista rebobina la historia que escuchó a los viejos mineros que trabajaron en esos filones cuando acudió a hacer reportajes. O también le brota en su recuerdo alguna de las muchas leyendas que circula en la ciudad de las noches de farra, cuando los mineros venían a divertirse con los bolsillos llenos de dinero.
Todo ocurría en las décadas posteriores a la Guerra Civil. Entonces, la Salamanca enlutada de la época vivía con el miedo metido en las entrañas, sumida en el llanto de la recién finalizada guerra. Era justo cuando miles de infelices presos republicanos horadaban las entrañas de Cuelgamuros, en la sierra de Guadarrama, para levantar la basílica soterrada debajo de la gigantesca cruz de granito que es otro símbolo del dolor.
En aquel escenario varios pueblos estaban inmersos en Eldorado que generaba el wolframio. Era el caso de Navasfrías, en pulso con el contrabando; Los Santos, que hace unos años volvió a recuperar sus explotaciones y, sobre todo, el mencionado Barruecopardo con sus minas La Petrolífera, La Comercial… en las que cientos de trabajadores extraían el cotizadísimo mineral que convirtió a ese lugar en un particular paraíso económico de los tiempos del hambre.
Entonces, gracias a los mineros que llegaban desde el pueblo de Barruecoparado, inmerso en la fiebre del wolframio, el histórico barrio chino de Salamanca vivió su época de mayor esplendor a la par que las más populares ‘madames’ administraban los dineros de esa gente, como la famosa Margot, la Peque, la Petra o una jovencísima ‘entreverada’ de mora y gitana que se llama Dolores Campos y después, con el nombre de La Mara, fue la reina de ese santuario del desenfreno.

Pronto volverá el wolframio a Barruecopardo, con la diferencia de que la extracción será para hacer filamentos de bombillas –lo que encenderá la luz económica en ese rincón charro–, a diferencia de antes, cuando se utilizaba para construir armas. También las modas de los mineros serán otras y ya no les hará falta ser destajistas, ni volverán a protagonizar las noches de farra en el Barrio Chino.

Resultado de imagen de barruecopardo

No hay comentarios:

Publicar un comentario