La
pétrea hilera de los cuatro “verracos” encierra en su silencio sus secretos
sobre su origen, su fin y su destino. Son más de tres mil años los que aguardan
estas moles inmóviles, encerrados en un singular establo. Son los Toros de
Guisando. Sobre su origen, sin embargo, se conoce que fueron los vetones,
un pueblo prerromano que practicó de origen cético que habitaron entre los ríos
Duero y Tajo de la Península Ibérica a partir del siglo V a.C. Sus
asentamientos más importantes los tuvieron en la provincia de Ávila, a la que
los romanos llamaron Abula, que significa ciudad de los vetones. Estos vivían
en castros amurallados ubicados en zonas estratégicas protegidos siempre por
las montañas y juntos a los ríos. Sus construcciones eran en piedra, de una sola
planta y techos de madera o ramas. Era un pueblo guerrero, aunque dedicado a la
ganadería y al cultivo de cereales y poseían un fuerte carácter religioso
asociado a la naturaleza, en el que no faltaba la adoración al sol, a la luna y
a los animales. En sus ritos funerarios, incineraban a sus muertos y los
enterraban en sus necrópolis con objetos como vasijas, armas, u otros objetos
vinculados con la vida del difunto.
Son
muchos los objetos, pertenecientes a la cultura vetona, que se han encontrado
en su área de influencia, en especial la construcción de verracos y toros
construidos en piedra, de forma toscas esculturas en piedra, cuyo fin parece
obedecer a la construcción de ídolos protectores. En el límite entre las
provincias de Avila y Madrid, en el término abulense de El Tiemblo se
encuentran, al abrigo del Cerro Guisando, una formación de cuatro
representaciones de toros de grandes dimensiones colocadas en un prado,
labrados en granito. Los cuatro toros miran hacia el oeste, donde se encuentra
el mencionado cerro y por donde se esconde el sol en el mes de diciembre, y en
ellos se aprecian cavidades para insertar los cuernos. Estos toros datan de los
siglos IV-III a.C. Sobre ellos se desconoce prácticamente todo, incluso si esta
ubicación fue la original o bien fueron traídos aquí por los romanos, cuando
conquistaron estas tierras. Porque parece que los romanos concedieron gran
importancia a estos toros, ya que en uno de ellos, el primero de la derecha
según están situados, presenta en su lomo varias inscripciones en las que se
puede leer: “LONGINUS PRISCO – CALA ETIQ – PATR – F. C”, lo que viene a
significar algo similar a: “Longino lo
hizo para su padre, Prisco, de los Calaetices”
Es
evidente que alrededor de estos toros de piedra existen varias leyendas que les
conceden un simbolismo místico. Para empezar, se dice que, en un principio,
eran cinco los toros que fueron situados en este lugar, pero que uno de ellos
fue alcanzado por un rayo, partiéndolo en dos, algo que puede resultar probable
porque esta es una zona que atrae muchas tormentas. Un lugar donde se cruzan
las líneas telúricas y donde se concentra puntos de energía, lugares utilizados
por los pueblos primitivos para relacionarse con sus dioses. Los toros eran
animales dotados de gran fuerza, nobleza y virilidad al que veneraban y festejaban.
En el monte de Guisando, hacia el que miran los cuatro toros, encontramos
varias cuevas, entre ellas la cueva de San Patricio que, según una leyenda,
llegaba hasta Portugal. Es evidente que parece una exageración, pero la
realidad es que las cuevas tenían un fuerte simbolismo místico, al ser
relacionada con la madre Tierra. Pero sobre todo, las cuevas eran utilizadas
por el hombre desde la prehistoria para protegerse de la naturaleza y de los
animales.
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