Recorremos
las estrechas y laberínticas calles de La Alberca sumergidos en el silencio y
en la tranquilidad tan lejana del mundanal ruido. Las horas pasan demostrando
que el tiempo, en este lugar, se mueve con otro ritmo. Cuando paseamos de
noche, el silencio envuelve este lugar de paz.
De
repente, escuchamos una campana. Mejor dicho, tres toques de campana. En aquel
silencio, aquel sonido parece venido de ultratumba. No podemos evitar que un
leve escalofrío sacuda nuestro cuerpo pero, pese a ello, nuestra curiosidad es
mayor que la sacudida y nos acercamos hasta el lugar desde el que hemos oído el
ruido. Contemplamos tres sombras, caminando despacio, mientras rezan. Tres
mujeres vestidas de negro formando una extraña y lúgubre comitiva. Una de las
mujeres vuelve a hacer sonar una pequeña campanilla de manera extraña. El
sonido retumba en la piedra y lo devuelve en todas direcciones. Nuestro cuerpo
y sentidos vuelven a sentir un escalofrío ante esa visión, esta vez más
profundo. Pero no es una visión. Lo que contemplamos es una tradición
alberciana iniciada en el siglo XVI, denominada “La esquila de las
ánimas”.
Cada
viernes del año al atardecer, haga frio, calor o llueva, sin hora
fija, cuando el sol se oculta en el horizonte y la noche cubre todo con
su manto, una “moza”, que en realidad es una mujer de cualquier edad, incluso
avanzada, recorre las estrechas calles del pueblo, acompañadas por otras dos
mozas más tocando una esquila (campanilla) y portando un candil, mientras
rezan el rosario. Cuando llega a las esquinas señaladas, da tres toques de
esquila y entona una salmodia (oración) por todas las almas del
Purgatorio: “Fieles cristianos, acordémonos de las Benditas Almas del
Purgatorio con un Padrenuestro y un Ave María por el amor de Dios…”.
Tres nuevos toques a la esquila para continuar rezando: “Otro
padrenuestro y otra Avemaría por los que están en pecado mortal, para que su
Divina Majestad los saque de tal miserable estado”.
Hace
sonar la esquila dando otros tres toques y continúa su camino sin dejar de
rezar, hasta completar un recorrido de aproximadamente treinta minutos,
mientras sus convecinos rezan, dentro de sus hogares en recuerdo de sus
difuntos. La comitiva camina con paso lento hasta que, de repente, se detiene
ante una de las casas. La mujer que lleva el farol y la esquila, vestida de
negro y cubierta con un capuchón se vuelve hacia la puerta y recita una
oración. Tal vez en recuerdo de algún fallecido. La puerta entonces se abre y aparece
una mano que les entrega alguna ofrenda, probablemente unas monedas que paguen
una misa al fallecido.
La
comitiva, según la leyenda, seguirá su camino hasta un antiguo osario alojado
en un hueco situado en la fachada exterior de la Iglesia. Protegidas por un
enrejado se puede observar en el mismo dos calaveras, unos candiles y un cirio,
que siempre permanece encendido a modo de luz para guiar aquellos que se
encuentran en el mundo de los muertos.
Pero
si sentimos escalofríos mientras observamos la lúgubre visión. Más
escalofriante es aquella ocasión en que la moza de ánimas no salió a hacer su
recorrido siguiendo la tradición.
Según
unos, la moza no salió debido a que la nieve cubría el pueblo y era imposible
caminar. Según otros, la moza había muerto ese mismo día. Sea como fuere, los
habitantes del pueblo aseguran que esa noche escucharon perfectamente como
sonaba la esquila, al igual que todas las noches, al paso por sus casas,
sabiendo que la moza de ánimas estaba muerta y que no había salido nadie en su
lugar….
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