martes, 2 de enero de 2018

La princesa mora (Ávila)

Hay muchas leyendas medievales en las que intervienen musulmanes, los moros que dominaban el sur peninsular. Se da una curiosa circunstancia ya que eran enemigos pero también se les reconocía como sabios y justos. Su mayor defecto era que no creyesen en el Dios verdadero.
Fruto entre los inestables tratados entre cristianos y musulmanes, una bella doncella mora, Aixa Galiana hija de Al-Menón de Toledo y sobrina del rey Al-Mamún es conducida a Ávila. Casi una niña, con sus catorce años, llegó triste y abatida ya que sufría de mal de amores: había dejado atrás, en Toledo, a su amado. Ni las fiestas celebradas en su honor ni la tutela de Doña Urraca, hija del rey Alfonso VI, la devolvían la sonrisa.
Era tal su belleza que fueron muchos los caballeros que se interesaron por ella pero el más prendado resultó ser el valeroso Nalvillos Blázquez, que llegó a concertar su boda con ella por medio de su tutora Doña Urraca. Pero resultaba que los padres del doncel ya habían concertado su matrimonio con otra hija de la nobleza abulense, Arias Galindo. Y que el rey, en agradecimiento a su colaboración, había hecho lo propio con la mora, en este caso, su prometido sería un jefe árabe llamado Jezmín Yahia.
Nalvillos, terco como él sólo, se empeñó tanto que consiguió casarse con Aixa (convertida al cristianismo) pero se granjeó el odio de Jezmín y el desengaño de Arias, enamorada perdidamente de él y que debió conformarse con esposar con su hermano Blasco.
Ignorando de quién se trata, Nalvillos traba amistad con Jezmín en un viaje a Talavera. Y tanto le agasaja el primero, que el cristiano no tiene por menos que invitarle a los esponsales de su hermano Blasco, incluso, dándole aposento en su casa palaciega.
Ya en Ávila ambos y dentro de las celebraciones por la boda entre Arias y Blasco, se celebraban torneos y justas y al abulense reta a su nuevo amigo a combatir a espada. Le vence con cierta facilidad y el musulmán se siente humillado, no tanto por el escarnio público sino por ver entre los asistentes a su amada Aixa y apreciar como ésta le observa desesperada, acosada. Y si, el amor que había dejado atrás la mora al ser llevada a Ávila, no era otro que Jezmín.
La tristeza que acompaña a Aixa y cuyo motivo desconoce, duele cada vez más a Nalvillos que pensando que sufre en la ciudad amurallada, construye para ella una hacienda con todo tipo de lujos en el paraje de Palazuelos, a escasas leguas hacia el norte siguiendo el cauce del río Adaja.
Pero ella continuó aquejada por sus dolencias sentimentales, sólo consolada por las visitas secretas de Jezmín que aprovechaba las frecuentes ausencias del esposo capitaneando incursiones militares, para ver a su querida aprovechando la noche. Aquello desembocó de la única forma posible: los amantes se fugaron para retornar a Talavera.
El guerrero vuelve de sus contiendas y encuentra la hacienda vacía y, sabedor de la afrenta, decide ir en busca de los adúlteros. Se hace acompañar por su más leales caballeros. Sin embargo, no ataca la ciudad toledana sino que les hace acampar en las inmediaciones, adentrándose en la villa en solitario disfrazado con vestiduras árabes. Eso sí, da orden de atacar si no retorna en dos días.
El ultrajado caballero se dirigió al palacio de Jezmín y logró alcanzar el jardín de esta residencia donde su amada Aixa restaba sola. Tapando su rostro con el esbozo, la dedicó frases lisonjeras, ésta, embelesada, terminó por dejarle acceder hasta su alcoba. Allí, Nalvillos se descubrió y ella llamó presurosa a la guardia que lo apresaron. Ya el ofendido no albergaba ningún sentimiento hacia su esposa al comprobar su adúltera conducta que no era fruto únicamente de un secuestro.
Jezmín decide ejecutar a Nalvillos en una plaza pública quemándole en una pira. Como último deseo, el cristiano pide hacer sonar una trompa de guerra. Accede a ello el árabe, sin saber que aquella era la señal que los caballeros leales al reo aguardaban para atacar la ciudad.
La matanza fue cruenta y el noble abulense vengó su afrenta particular quemando a los amantes en el lugar preparado para su propia ejecución. El resto de su vida la dedicó a guerrear incansablemente ya que no había otro objetivo en su vida que no fuera luchar. A su muerte, fue enterrado en la Iglesia de Santiago, entre los llantos de los abulenses que valoraron su carácter heroico aunque todos conocían el porqué nunca llegó a ser feliz en vida.

Nalvillos existió como personaje histórico, la toma de Talavera de la Reina fue un hecho histórico decisivo en el avance cristiano hacia el sur (1083, Alfonso VI) y la finca de Palazuelos es una bella dehesa ubicada entre los encinares al norte de la ciudad. Como siempre en las leyendas, hay retales de realidad y otros aderezos que cada uno debe creer o no en función de los deseos de hacerlo. Mas, cuando pases por la Plaza de Nalvillos de Ávila, recuerda al atormentado caballero y piensa que nunca consiguió la felicidad de corazón que fue lo que buscó en vida y no el ser conocido por empuñar las armas.

Palacio de los Deanes en la Plaza Nalvillos

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