Parece
como si la maldición arrancase
ya con el primer propietario, Don
Alvaro de Luna. Pese a ser noble y un personaje destacado en su época,
acabó siendo decapitado en 1453.
La
mayoría de las personas que han ocupado este lugar no han tenido una existencia
muy feliz y además, las extravagancias en su comportamiento eran notables. Por
ejemplo, uno de los antiguos propietarios del castillo, tuvo la desgracia de
que sus hermanos fueran
asesinados ¿Qué imagináis que hizo el dueño de La Coracera en este
caso? Pues construyó una capilla y enterró a sus hermanos en las paredes.
Pero
el que más nos llama la atención es el último propietario, Juan Fernández Ganza. Un personaje a
considerar como un moderno marqués
de Sade: violento, cruel y obsesionado con el ocultismo.
La
influencia del castillo de la Coracera sobre este personaje ya de por sí
ciertamente desequilibrado fue importante. Comenzó a tener un comportamiento
aún más extraño de lo habitual. Sus mascotas por ejemplo, eran dos leones y un tigre, que no dudaba en
soltar ante sus propios invitados simplemente para disfrutar de lo
que él consideraba una broma.
Suponemos
que estos invitados no volvieron, claro.
Tras
los muros del castillo , Fernández Ganza vivió una vida llena de
excentricidades macabras , donde se decía que celebraba rituales satánicos, que llevaba a
cabo delitos sexuales de
todo tipo y un dato curioso, es que trataba a sus trabajadores como si fuera plena edad media. Se
hacía llamar Marqués del Valle y decía que no era la primera vez que él era un
señor feudal. Se creía la reencarnación de un antiguo dueño del castillo. Solía
pasearse por el pueblo a caballo como si fuera el dueño de todo el territorio y
con una actitud que no encajaba demasiado en el siglo XX.
En
cuanto a su relación con el esoterismo
y las fuerzas ocultas, Juan era un gran conocedor de ellas y solía
celebrar reuniones de espiritismo en
el interior de su castillo.
Con
el paso del tiempo, a las reuniones cada vez acudía gente más extraña y
singular. A la par, Ganza también
comenzó a obsesionarse con un personaje de la realeza, de la
casa de los Austrias, Carlos II el
Hechizado. al que, al margen de atribuirle una relación oculta con el
castillo, también Juan creía contactar
con su espíritu con frecuencia durante sus sesiones de ouija.
Hasta
tal punto llegó su obsesión que, en cierta forma, se creía la reencarnación de esta persona, de Carlos II el
Hechizado.
Y
en el pueblo de San Martín de Valdeiglesias, comenzaron los rumores y los miedos hacia estas reuniones
misteriosas con personajes extraños. Se llegó a decir que si se ofendía al o se
contrariaba a Juan Fernández de Ganza, una maldición caería sobre ellos.
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