Según
cuenta una leyenda que ha trascendido de generación en generación y de
boca en boca, durante la construcción del monasterio del Escorial un misterioso
can de un oscuro color negro, tenía aterrorizados a los rudos obreros en las
frías noches, llegando incluso a paralizarse las obras por el miedo que el
perro negro les producía.
Quién
sabe si en realidad el perro negro no era más que un protector del lugar, ya
que al igual que sucede con Turin, el Escorial también está considerado como
uno de esos lugares en los que están las diferentes puertas de acceso al
mismísimo infierno. Hay quien argumenta que fue esta, y no su enclave mágico,
lo que llevo al rey Felipe II construir el monasterio en ese sitio, mantener
cerrada la puerta del infierno.
Finalmente,
el negro y rabioso perro, que durante muchas noches tuvo aterrorizado al
personal del monasterio fue capturado, y por orden de Felipe II fue ahorcado y
exhibido en una de las torres del monasterio, donde estuvo mucho tiempo
colgado.
Fue
cuando Felipe II decidió ya su regreso de manera definitiva a El Escorial para
morir, que durante todas las noches que el monarca estuvo agonizando se
escuchaban los aullidos y ladridos desde su lecho de muerte. Cuentan, que su
espectro recorría los pasillos del monasterio, a pesar de que se le había dado
muerte meses antes, quizás, porque simplemente estaba esperando al rey para
acompañarlo a atravesar esa puerta que el monarca había querido cerrar.
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