lunes, 18 de diciembre de 2017

El cerro de Meco (Meco, Madrid)

Cuenta la leyenda que, en tiempos pasados, se acostumbraba a dedicar a algún Santo ya sea: un tiro, un campo de labor o hasta toda una mina. De modo que la mina que se encontraba en su mayor apogeo, fue encomendada a la Virgen patrona de esta ciudad, en el día de la conmemoración de su llegada, el 9 de agosto. Por tal motivo se le envío en una diligencia altamente custodiada, un cofre de madera preciosa, conteniendo en su interior un riquísimo lote de joyas.
 Mas para la mala suerte de quienes enviaban la ofrenda a nuestra Señora, un muy conocido y ambicioso bandido, el cual era el terror del estado de Jalisco, se enteró de aquel fabuloso tesoro, mismo que previamente había sido bendecido por el cura del lugar; sin embargo, más tardo en llegarle la noticia, que él en organizar una banda de cuatreros y asaltar el carruaje que lo transportaba. Tal sacrilegio, fue conocido y condenado en toda la región,  se organizaron búsquedas para intentar dar con los rufianes y rescatar el valioso tesoro, más a pesar de las ganas, de los múltiples esfuerzos, y de que se buscó en prácticamente toda la región, todo fue completamente inútil.
 Algún tiempo después, cuando el suceso ya se había olvidado, sucedió que a la casa de un humilde campesino que vivía solo y en la peor de las miserias, llego un hombre, que a simple vista, se notaba que gozaba de una muy buena posición económica, preguntando al ocupante de la pequeña casita, si este estaría dispuesto a realizar un sencillo trabajo; a lo que aquel campesino respondió inmediatamente que sí.
Así que se dirigieron juntos rumbo a una de las orillas de la ciudad, llegaron a una pequeña tiendita, donde sólo compraron una reata muy gruesa y prosiguieron su camino hasta llegar a las faldas del cerro del meco.
 Aquel misterioso hombre y el humilde campesino treparon por el cerro, hasta que llegaron a donde se encontraba un gran peñasco, se detuvieron y el silencio fue roto por el extraño hombre que le dijo al campesino, que entre ellos dos, tendrían que mover ese gran peñasco, por lo que ataron la reata a la gran roca y empezaron a jalar, en el primer y segundo  intento fracasaron, más sin darse por vencidos continuaron intentando, hasta que la gran mole termino por moverse, dejando al descubierto un profundo y oscuro pozo.
 En aquel instante, el misterioso hombre pidió al campesino atarse a un extremo de la soga, al  mismo tiempo que él ataba la otra punta, a un árbol cercano, el terror y miedo invadieron al humilde hombre, más la sola idea de ganar algunos centavos, le daban valor.
 Así fue que recibió las últimas instrucciones de aquel hombre: allá abajo encontrarás un cadáver que deberá ser ya un esqueleto, por ahí mismo habrá varios fajos de dinero, los cuales puedes tomar, todo lo que te quepa en tus bolsas, eso tómalo como justo pago a tus servicios; a mí me interesa que me traigas un cofre de madera que ahí mismo se encuentra.
 Armándose de valor pero con las piernas temblorosas, se introdujo en el pozo hasta llegar al fondo; tal y como se lo había dicho aquel hombre momentos antes; entre las penumbras, encontró un esqueleto, entre unos pedazos de tela, ahí también estaban el dinero y el cofre.

 Como pudo rápidamente lleno sus bolsillos, tomo el cofre y con un gran esfuerzo, llego de nuevo a la superficie; sin decir una sola palabra, ahí impaciente le aguardaba aquel extraño hombre, quien no sólo desconcertó, sino que además atemorizó más al humilde campesino: “por fin  descansaré en paz”  dijo y además le ordenó: “lleva este cofre a la Basílica de Nuestra señora de Guanajuato y entrégaselo en propia mano, al sacerdote en turno”; en ese mismo instante, como fulminado por un rayo, cayó al suelo lanzando un largo grito quedando finalmente sin vida, desapareciéndose en el acto. Era el famoso y temerario bandido, que años atrás, con su gavilla de maleantes había cometido el peor de los sacrilegios, y que al fin podía descansar en paz.

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