Cuenta
la leyenda que, en tiempos pasados, se acostumbraba a dedicar a algún Santo ya
sea: un tiro, un campo de labor o hasta toda una mina. De modo que la mina que
se encontraba en su mayor apogeo, fue encomendada a la Virgen patrona de esta
ciudad, en el día de la conmemoración de su llegada, el 9 de agosto. Por tal
motivo se le envío en una diligencia altamente custodiada, un cofre de madera
preciosa, conteniendo en su interior un riquísimo lote de joyas.
Mas
para la mala suerte de quienes enviaban la ofrenda a nuestra Señora, un muy
conocido y ambicioso bandido, el cual era el terror del estado de Jalisco, se
enteró de aquel fabuloso tesoro, mismo que previamente había sido bendecido por
el cura del lugar; sin embargo, más tardo en llegarle la noticia, que él en
organizar una banda de cuatreros y asaltar el carruaje que lo transportaba. Tal sacrilegio,
fue conocido y condenado en toda la región, se organizaron búsquedas para
intentar dar con los rufianes y rescatar el valioso tesoro, más a pesar de las
ganas, de los múltiples esfuerzos, y de que se buscó en prácticamente toda la
región, todo fue completamente inútil.
Algún
tiempo después, cuando el suceso ya se había olvidado, sucedió que a la casa de
un humilde campesino que vivía solo y en la peor de las miserias, llego un
hombre, que a simple vista, se notaba que gozaba de una muy buena posición
económica, preguntando al ocupante de la pequeña casita, si este estaría
dispuesto a realizar un sencillo trabajo; a lo que aquel campesino respondió
inmediatamente que sí.
Así
que se dirigieron juntos rumbo a una de las orillas de la ciudad, llegaron a
una pequeña tiendita, donde sólo compraron una reata muy gruesa y prosiguieron
su camino hasta llegar a las faldas del cerro del meco.
Aquel
misterioso hombre y el humilde campesino treparon por el cerro, hasta que
llegaron a donde se encontraba un gran peñasco, se detuvieron y el silencio fue
roto por el extraño hombre que le dijo al campesino, que entre ellos dos,
tendrían que mover ese gran peñasco, por lo que ataron la reata a la gran roca
y empezaron a jalar, en el primer y segundo intento fracasaron, más sin
darse por vencidos continuaron intentando, hasta que la gran mole termino por
moverse, dejando al descubierto un profundo y oscuro pozo.
En
aquel instante, el misterioso hombre pidió al campesino atarse a un extremo de
la soga, al mismo tiempo que él ataba la otra punta, a un árbol cercano,
el terror y miedo invadieron al humilde hombre, más la sola idea de ganar
algunos centavos, le daban valor.
Así
fue que recibió las últimas instrucciones de aquel hombre: allá abajo
encontrarás un cadáver que deberá ser ya un esqueleto, por ahí mismo habrá
varios fajos de dinero, los cuales puedes tomar, todo lo que te quepa en tus
bolsas, eso tómalo como justo pago a tus servicios; a mí me interesa que me
traigas un cofre de madera que ahí mismo se encuentra.
Armándose
de valor pero con las piernas temblorosas, se introdujo en el pozo hasta llegar
al fondo; tal y como se lo había dicho aquel hombre momentos antes; entre las
penumbras, encontró un esqueleto, entre unos pedazos de tela, ahí también
estaban el dinero y el cofre.
Como
pudo rápidamente lleno sus bolsillos, tomo el cofre y con un gran esfuerzo,
llego de nuevo a la superficie; sin decir una sola palabra, ahí impaciente le
aguardaba aquel extraño hombre, quien no sólo desconcertó, sino que además atemorizó
más al humilde campesino: “por fin descansaré en paz” dijo y además
le ordenó: “lleva este cofre a la Basílica de Nuestra señora de Guanajuato y
entrégaselo en propia mano, al sacerdote en turno”; en ese mismo instante, como
fulminado por un rayo, cayó al suelo lanzando un largo grito quedando
finalmente sin vida, desapareciéndose en el acto. Era el famoso y temerario
bandido, que años atrás, con su gavilla de maleantes había cometido el peor de
los sacrilegios, y que al fin podía descansar en paz.
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