jueves, 7 de diciembre de 2017

La encina (Ambite, Madrid)

Se cuenta que donde está emplazado actualmente el palacio, en la Edad Media, vivía un noble y una doncella. Todos los días acudían a la sombra de la encina, que era el punto de encuentro para ellos donde se demostraban su amor. En la encina, los dos enamorados cogían una bellota para saborearla, y ésta sabía dulce como si el propio árbol bendijera esa relación.
Todo era hermoso y muy bonito, esta joven pareja se amaba con locura quedando demostrado en las bellotas dulces que la encina obsequiaba a los enamorados. Pero todo fue demasiado bonito mientras duró.
Al joven noble le llegó la noticia de que tenía que partir a la guerra que se libraba por aquel entonces en la Península contra los musulmanes, dejando sola a la joven doncella. La joven, al ver que su amado no volvía, acudía en soledad a la encina que tan felices les hizo cuando su pareja estaba con ella.
La joven, como una costumbre inolvidable, se atrevía a disfrutar de las bellotas de la encina pero nada era lo mismo y nada iba a ser igual. La encina ya no le regalaba esos sabores dulces, sino que las bellotas eran amargas, como el sentimiento que sentía la doncella tras ver cómo su amor no volvería jamás de la guerra.
La doncella lloraba tan desconsolada ante el veredicto de las bellotas de la encina, que se dice que este árbol obtuvo unas raíces tan consistentes producto de las lágrimas que eran derramadas por la joven chica.

Esta leyenda se ha transmitido de generación en generación y aún, en la actualidad, alguna que otra pareja de novios acuden a la sombra de la encina para probar el sabor de sus bellotas e intentar vaticinar cómo será su relación en un futuro.

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