Las
viejas la llamaban la “fantasma” o también “fastasma”. El caso es que cuando a
un niño desobediente se le decía que la "fantasma" venía ya por el
arroyo Juanes, obedecía rápidamente metiéndose en casa. Cualquier cosa menos
cruzarse con aquello.
Pero
lo cierto es que aquello no era ningún cuento ni ninguna mentira. Mucha gente
la había visto, cuando por la noche alguien se distraía mirando por la ventana
o se asomaba a algo, veían aterrados a la fantasmagórica figura de unas sábanas
moviéndose por la calle y haciendo sonidos guturales que espantaban a
cualquiera.
Era
allá por mediados del siglo XIX, las calles o no se iluminaban, o se ponía
alguna lamparilla de aceite. En realidad, la que de verdad iluminaba Villa del
Prado era la luz azul de la luna y entonces, a la fantasma se la veía de una
forma más oscura y extraña. La gente cerraba las ventanas si la veía alguna vez
pasar.
Una
noche, allá por el año 1864 o 1865, en una casa muy antigua situada en la calle
de Escalona al lado de la cuesta de los depósitos, que fue demolida en 1992; un
candil lucia en una de las habitaciones. La pequeña ventana de madera estaba
abierta para que pasara el fresco y asomada a ella, estaba una madre, Dª
Romualda Vaquero y su hijo de pocos meses de edad, Juanín; Juan Álvarez
Vaquero; que estaba en sus brazos.
La
mujer, a la luz amarilla del candil, intentaba dormir al pequeño cerca de la
ventana y así pasaba el rato. De pronto, se empezaron a oir pasos por la calle;
y la fantasma se apareció colocándose frente a la ventana para asustar a la
mujer, y así obligarla a cerrar las contraventanas a cal y canto:
...”¡Uuuuh!...”, dijo la fantasma en tono amenazador. Entonces, la madre dejó
al niño en la cuna, cogió una escopeta que había en la habitación y se asomó
por la ventana: "Vete de aquí ahora mismo o te pego un tiro que te dejo
seco". La fantasma salió corriendo y no volvió a aparecer por allí.
Finalmente,
terminó por saberse quién era la fantasma. Era un hombre del pueblo que por las
noches se escapaba de su casa a buscar a su amante, y para que no le
reconocieran, se disfrazaba de alma en pena, con unas sábanas por encima y
asustaba a todo aquel que se le cruzaba.
Sin
embargo, posteriormente a éste suceso, y en épocas muy posteriores, ha habido
más casos en que se ha visto a otras “Fastasmas” y la tradición de asustar a
los niños desobedientes, diciendo que va a venir, se ha mantenido hasta
prácticamente hoy.
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