viernes, 29 de diciembre de 2017

Cueva de la Mora (Villaviciosa de Odón, Madrid)

“Andaban los cristianos en plena reconquista y la meseta era una zona fronteriza y de instabilidad. Tras varias semanas de escaramuzas con los árabes, ambos bandos decidieron concederse una tregua. Esto lo aprovechó la vanguardia cristiana para emplazarse en una pequeña loma, cercana a un frondoso pinar y un arroyo de aguas cristalinas. Observaron la bonanza del lugar, y sin más dilación, comenzaron las obras de construcción de una pequeña fortificación defensiva avanzada, en terreno de nadie.
Levantaron 3 pequeñas torres circulares unidas por un muro de ladrillo a modo de muralla, trajéronse piedras de las canteras de Colmenar, ladrillos de los hornos de Quijorna, construyeron foso, sistema de alcantarillado y desagüe, cuartos para la guarnición, cocina, despensa, cuadra, calabozos, patio de armas con un pozo de grandes dimensiones, y a la atalaya más alta la denominaron torre del homenaje, con habitaciones y chimeneas para hacer la vida más fácil al caballero que debía habitarla. 

El joven caballero, noble y señor guerrero, de nombre Alfonso, era muy aficionado al arte cinegético y la cetrería, conocedor de las bondades del lugar y la abundancia de animales, pronto decidió morar e instalarse en el recién terminado castillo.
En los arrabales de la cercana aldea del señor de Odón, se celebraba todos los lunes un mercadillo o zoco, al que a don Alfonso le gustaba asistir para comprar cuero, artesanía, o simplemente a ojear. Este mercadillo recibía la visita de mercaderes árabes de la cercana y fronteriza Calatalifa, que exponían sus puestos en perfecta armonía con los artesanos cristianos. Allí se producían ventas o trueques de productos como las especias, hortalizas, sedas, calzados, o la venta de halcones adiestrados. Así convivieron en paz algún tiempo los recién llegados reconquistadores con los moradores de la zona, manteniendo como nexo este punto comercial.   

Uno de estos días de mercado, paseando Don Alfonso, se detuvo delante de un puesto de especias; observó maravillado la sugerente belleza de los ojos de una mujer, y aún tapada por el pañuelo de seda transparente, se permitía adivinar la lindeza del resto de su rostro. La mujer iba acompañada de un pequeño séquito personal. Don Alfonso hipnotizado por la visión, preguntó a su escudero quien era tan hermosa mujer, Rodrigo, que así se llamaba el escudero, le comento que era una de las damas de honor de la mujer del emir de la vecina y enemiga Calatalifa.  Esta respuesta, lejos de apagar su ímpetu, le empujó a intentar entablar conversación lo antes posible. La mujer mora, de tez morena, pelo oscuro, largo, brillantes y excelsos ojos, nariz chata, sonrisa sugerente…, también quedó prendada de tan apuesto caballero.

Otro día de mercado, don Alfonso mandó a su criado como embajador al séquito de la mujer, pero las normas de unos y otros, y lo imposible del acercamiento dieron al traste con la primera cita. El flechazo había surgido entre ambos, pero la religión, cultura y el hecho de ser enemigos, hicieron de esto, un amor imposible e inaceptable por ambos bandos.

A pesar de todo, don Alfonso consiguió una cita nocturna con la mujer, llamada Zuraida, en un paraje de las cercanías del río Guadarrama, a un kilómetro escaso del poblado de Calatalifa.  El caballero cristiano sabía lo que se hacía, pues era conocedor de los planos del castillo, y estaba informado que el canal de desagüe del castillo desembocaba en ese punto.

Así preparó su primer encuentro, y en el atardecer del día en cuestión, decidió bajar por el pozo del patio de armas de su castillo. Este pozo era de tal dimensión, que con una garrucha pudieron bajar su caballo; su escudero y un criado con antorchas completaban el grupo de aventura de don Alfonso. 

La longitud del desagüe era de unos 4 kilómetros, y toda la cueva estaba abovedada de ladrillo, su altura permitía ir a caballo a una persona, y así y protegidos por la cueva y la oscuridad, llegaron al punto de encuentro acordado, donde caballero y dama mora se vieron y conocieron por primera vez.

El amor no tardó en surgir, y los encuentros furtivos se prolongaron durante los meses siguientes. Así en el castillo si alguien preguntaba al atardecer por don Alfonso, decían que había salido por la cueva, para ver a su mora. Así nació la leyenda que perdura hasta nuestros días.

Esta historia imposible, solo podía tener un final desdichado, y así ocurrió.
El poblado de Calatalifa, acumuló refuerzos de berberiscos africanos, y recibió la orden de atacar el punto fronterizo de Odón.
En su último encuentro, Zuraida desvelo a Alfonso este plan, y la superioridad numérica de los soldados árabes. Se despidieron, se juraron amor eterno, y se prometieron que si alguna vez retornara la paz, volverían a reunirse en el mismo lugar. La despedida fue dura y costosa para ambos, pero el mensaje de Zuraida sirvió para salvar la guarnición cristiana de una muerte segura.

A la mañana siguiente, cuando los árabes avanzaron para atacar y destruir el castillo de Odón, lo encontraron vacío, sin defensores y abandonado a su suerte.  
Antes de destruirlo, encontraron en el pozo la cueva; una vez recorrida y percatándose donde se ubicaba la salida, decidieron destruirla y cegarla en varios tramos, ante la cercanía de la fortaleza de Calatalifa. 


Así ha permanecido hasta nuestros días, y todavía hoy se puede observar en una ladera del Guadarrama, la salida cegada de la “Cueva de la Mora”.
Los amantes nunca más volvieron a verse, pero hay quien afirma, que cerca de la salida de la Cueva de la Mora, en las noches de luna nueva, se ve la silueta impávida de una mujer, sentada en una roca, esperando la eternidad…”.

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