miércoles, 27 de diciembre de 2017

La mujer loba (Santa María de la Alameda, Madrid)

Primeros años del siglo XX. La nieve y el frío mantienen a los vecinos de la Sierra de Malagón en sus hogares. La noche es especialmente cruda. Los lobos aúllan en el páramo sobre el pueblecito de Santa María de la Alameda y no hay leña de roble que pueda aliviar el escalofrío que sienten en los huesos: saben que con los lobos está ella.
La vieja. Fea. Deforme. La mendiga que desciende de tanto en cuando del villorrio de La Lastra a pedir un mendrugo. La vieja maldita del pueblo maldito. La loba. No es Galicia. No son lobisomes. Es Madrid, en su frontera invisible con Ávila. Es la mujer loba de Guadarrama.
 Es difícil imaginar la Sierra de Guadarrama hace 100 años. Salvo algunos desgraciados hacheros o paleros, nadie se aventuraba por sus vericuetos. Por tal razón, quizás haya sido Constancio Bernaldo de Quirós el responsable último de que hoy Guadarrama sea un Parque Nacional. Se trata de un personaje fascinante poco reconocido y que representa ese espíritu madrileño que se fraguó a la sombra de la Institución Libre de Enseñanza y que colocó a nuestra ciudad en lo más moderno y progresista de Europa durante medio siglo.
Bernaldo de Quirós fue el motor del montañismo en Guadarrama y a su alrededor creó un grupo de entusiastas que se reunían en el Ateneo: jóvenes bien formados con un espíritu inquieto y amor por las montañas. Esas reuniones cristalizaron en 1903 en la sociedad de Los Doce Amigos de Peñalara y, dos años más tarde y muchos otros amigos más, en la Sociedad Española de Alpinismo de Peñalara, de la que Quirós fue su primer presidente hasta 1916. Publicó varios libros sobre montañismo, como Peñalara. Notas de camino por la Sierra de Guadarrama (1905), Guía alpina de Guadarrama (1915), La Pedriza del Real del Manzanares (1921) y Sierra Nevada (1923).
El resto es historia de nuestra Sierra.
Pero Bernaldo de Quirós no fue sólo un montañero y entusiasta de la exploración natural, sino que conformaba ese espíritu casi renacentista de hombre culto y racional que abarcaba muchos saberes y encontraba tiempo para incontables actividades. Licenciado en derecho, afamado jurista, elogiado siempre como articulista, fundó las bases de la sociología en nuestro país. Fue también profesor de psicología y creador de los primeros estudios de criminología científica.
Y es en su primer libro sobre Peñalara en 1905 (casi imposible acceder a un volumen original; ha de haber poquísimos y su precio ronda los 350 €), donde da cuenta de esta curiosa cita sobre licantropía en la provincia de Madrid. Lejos de aceptar las leyendas y supersticiones de los lugareños, Constancio acudió al lugar, caminó por el poblado de La Lastra, comprobó que sus habitantes presentaban serias deformidades en los rostros y conoció a la mísera mujer que tachaban de loba. En sus propias palabras la anciana mendiga asemejaba a un antropoide.
Su espíritu científico y racional relaciona las deformidades con el bocio, quizás por su mísera alimentación y por beber las aguas de una determinada fuente. Y las costumbres salvajes de la anciana con un episodio de histeria: un movimiento natural de simpatía para con aquellas bestias tan famélicas como ella. Encuentra así una solución antropológica y psicológica a un comportamiento pretendidamente sobrenatural. ¡No olvidemos que estamos en 1900!
Fue leyendo estas curiosidades cuando descubrí que el misterio no terminaba aquí. Pues el pueblo de La Lastra es ahora un despoblado, un pueblo fantasma del que sólo quedan algunos muros desvencijados y la espadaña de la iglesia. A poca distancia de Santa María de la Alameda, sobre unos páramos volcados al río de la Aceña, perduran los tristes restos de un pueblo siempre poco afortunado.
Sus habitantes nunca fueron más que unos pocos; mitad madrileños, mitad avileños, malviviendo en el villorrio más elevado de la provincia (1400 m); siempre odiados por los habitantes del valle; tildadas de brujas las mujeres y de malditos los hombres; siempre míseros y abandonados a su suerte.
Hay leyendas que afirman que los pobladores de la Sierra de Malagón acudían allí, antorcha en mano, a cazar brujas. Poco sabemos de lo que allí sucedió durante los oscuros años. No pinta bien el cuadro. Lo cierto es que la aldea sufrió un severísimo bombardeo durante la Guerra Civilque la redujo a ruinas. Y que tras la contienda nadie se molestó en reconstruirla. Allí han quedado algunos muros apenas cubiertos por la maleza, las historias de brujas que aún se reúnen por las noches en la soledad de los montes y de la vieja maldita que se revolcaba en el suelo con los lobos.


Sierra de Guadarrama: La Lastra. Foto Grupodaguianmadrid.

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